Llegamos a vivir a estas casas hace muchos años. Durante la niñez nunca compartimos juegos ni risas, quiso el destino que nuestra amistad surgiera muchos años después, cuando tenías 15 años y yo 14. Nos reuníamos para hacer las tareas por la tarde, cuando llovía gustábamos de tomar café y platicar por largo rato, compartíamos todo. Esa fue sin duda la mejor época de mi vida.
Un día viniste a casa :
¿Te acuerdas de la caja en donde guardo las cartas y la rosa seca que me dio Jesús?
Si, ¿qué pasa con ella?
¡Pues que no la encuentro!
Entonces comenzaste a llorar y comprendí el peligro que corría la pobre caja con toda la evidencia de tus amores secretos, los amigos de antaño y la copia de la llave de la casa en donde solíamos hacer nuestras fiestas...
¿Cómo se te pudo perder? (en realidad esa no es una pregunta muy inteligente, pero no se me ocurrió nada más).
Un poco agitada me explicaste que estabas arreglando la caja, leyendo todo para recordar y tirando a la basura las envolturas de aquellos chocolates que no pudiste evitar comerte, cuando te vino un dolor al ombligo. Te recostaste en espera de que pasara el malestar, pero te quedaste dormida. Al levantarte de la cama descubriste que la caja no estaba; preguntaste a tus hermanas si alguna de ellas la había tomado y ambas contestaron negativamente, miraste al perro pero éste tampoco mostraba evidencia de haberse fugado con la caja, ni de habérsela comido a escondidas. Fue así como llegaste, esperando un consejo o qué sé yo de mí.
Pasaste varios días buscando la caja y pensando si no la habías tirado o hecho con ella alguna de esas cosas que haces cuando estás aburrida.
La desaparición de la caja estaba rodeada de tal misterio que no pudimos adivinar ( si no saber) a dónde demonios había ido a parar. (Siempre he creído que debe haber una dimensión a donde se van las cosas perdidas, o mejor dicho, que hay una dimensión para que las cosas se pierdan).
Esa fue la primer desaparición antecedida por esos dolores tuyos de ombligo. Pudiste sobrevivir sin la cajita, sin varios calcetines derechos e izquierdos, sin las llaves. Todo era aceptable hasta que perdiste tu maleta de viaje y los cuadernos de la escuela...
Tu madre estaba molesta por tremenda falta de atención de tu parte y la insistencia en perderlo todo.
A modo de broma sugerí un día que tal vez tu ombligo tenía la culpa; después de todo, uno podía introducir en él un cacahuate que se mantenía fuera del alcance de la mejor vista, y es que tu ombligo era en verdad profundo. (Al parecer no te pareció risible)
¿Y qué ha pasado con tus dolores?
Cada vez son más frecuentes, y ya hasta me salió una mancha, mira...
Me agaché un poco para ver bien, te quejaste del dolor y caíste desmayada.
Supe que mi madre me buscaba desesperada y nadie se podía explicar a dónde me había ido, hasta que Doña Petrita nos hizo el favor de inventar que un día me había visto salir con Fernando (el que era mi novio) y que ella suponía que ahora vivía con él.
Hoy hace ya tres meses que vivo aquí, quisiera decirte que encontré tu cajita, tus calcetines y tu maleta de viaje, que ahora escribo en tus cuadernos de la escuela. La vida es extraña aquí, pero nunca me aburro, a menudo caen nuevas cosas (aunque la mayoría inservibles para mí en este lugar), de cuando en cuando me pongo a explorar este hoyo infinito que es tu ombligo.
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