Pequeño “coagulo de sangre” sentenciado a muerte por mis miedos.
Ínfimo e infinito pedazo de mi ser que no volverás.
No escribo por ti, sino a pesar de mi dolor.
Serás el vacío que deja una bala al atravesar el corazón.

Las tres morias cortaron juntas la hebra;
mi cara pálida y mis manos temblorosas no las detienen.
Melancolía absurda de vida que me destruye.
Tú eres y serás la culpa eterna persiguiendo cada guiño de felicidad.

Cuerpo que no es y, sin embargo, vive.
No te quiero allí, en ese espacio distante tan mío que no me pertenece.
Ella llora, llora, llora... en un velatorio y exequias constantes.
La detiene el Mundo que es el que te mata, y yo soy parte de él.

Me quito un soplo de vida, cada minuto, cada día; microscópico patibulario.
Pienso, luego no existes.
Así ha de ser ¿Humanidad?

Te veré en los juegos de los nenes afortunados.
Las alegrías y penas, en cierto modo, serán por y a pesar de tu frágil existencia.
No retornes a mis pesadillas, no me mires así sin ojos.
No vuelvas a gritarme: ¡Vive!
Con esa voz que nunca tendrá sonido gracias a mis temores necesarios.

Te dedico lo único que tengo para darte:

Un poema muerto de tristeza y artificialmente ¿vivo?