La Mesa de tres Patas
Eran los tiempos de las vacas flacas… pero ese día a una gallina que se le reventó el huevo en la cloaca hubo que sacrificarla y éramos ocho o nueve sentados en la mesa familiar comiendo sopa de gallina, arroz con pollo e higos que yo mismo recogí de los árboles en nuestra casa de Dávalos en El Barranco.
Luego de la cena, mi hermana le cuchicheo algo a mi madre en la oreja.
- Una infusión de Cedro es lo mejor para una hemorragia.
- ¡Yo te lo arreglo! Dijo mamá y cogiendo un cuchillo fue del salón al rincón oscuro, donde estaba la mesita --- sin clavos --- de tres patas y arranco una astilla grande de cedro de uno de los soportes.
- ¡Graciela!
- Estas arruinado tu mesa de pitonisa. Exclamo mi padre entre asombrado y travieso.
Mi hermano Carlos, que en sus quince años creía que se las sabía todas, intento hacer mofa de la situación diciendo presuntuoso.
- Esa vieja mesa no servia para nada.
- ¡La mesa es buena para hablar con los muertos, pero mas importante es cuidar de los vivos! Dijo mi madre caminando hacia la cocina, tratando de terminar con la vaina.
Seguimos con la tertulia, mientras algunos ruidos de marmitas y tazas venían desde la cocina, el tema de fondo seguía siendo la vendita mesa, que fue el único mueble que se trajo de Italia al venir al nuevo mundo.
- El espiritismo es una tontería de viejos ignorantes y retrógrados, que creen que los chanchos vuelan. Siguió insistiendo Carlos.
- ¡Yo si creo que algo hay mas allá! Dijo mi padre.
- Lo que pasa es que cuando se van haciendo viejos es mas cómodo pensar en el mas allá, como una manera de confortarse creyendo en la vida perdurable. Continuo Carlos que parecía decidido a probar su teoría.
Como yo solo tenia nueve años, casi no intervenía en la conversación porque nadie me daba ni un carajó de bola, pero escuchaba todo y tenia mis propias opiniones… que obviamente nadie mas compartía.
Cuando mi madre regreso trayendo una taza con una agua colorada y humeante que mi hermana bebió a pequeños sorbos, la empleada trajo el agua hirviendo, el té y las tazas… finalmente mi madre pudo sentarse a saborear el brebaje que ella tomaba muy azucarado.
- Mientras estuve en la cocina escuche las tonterías que tu hablabas. Dirigiéndose a Carlos.
- Yo no puedo creer en esas patrañas, que no tienen explicación y que no pueden ser. Replico mi hermano.
- ¡Déjame que te cuente algo para terminar con el argumento!
- Esa vieja mesita se la compramos en Padova, a Sabrina la madrina de Carmen que era espiritista y médium, ella afirmaba que había sido fabricada sin ningún clavo, que tenia mas de cien años y nunca le había fallado en hacer la conexión.
- Y la compramos para preguntarle a tu abuela Elizabeth, donde había puesto la cadenita con la medalla de la Madonna, que se decía ella había metido en el cemento de uno de los pilares de la casa cuando estuvo siendo construida... queríamos recuperar la medalla de gran valor sentimental, que había sido bendecida por el Papa cuando la Santa Sede estuvo en Parma, nadie tenia la menor idea y queríamos encontrarla antes de vender la casa para venirnos a América.
- ¡Pero si la Abuela murió antes de la guerra! Dijo Carlos.
- ¡Por eso compramos la Mesa! Dijo mamá.
- Armamos la sesión Adolfo y Yo; con Sabrina como llamadora, Brigida como médium y una sordo-muda amiga de Sabrina que no recuerdo su nombre, Eugenia creo… que entraba en trance y escribía con la letra del difunto. Con faltas de ortografia y todo.
- Prendimos la velas, apagamos las luces Sabrina empezó a llamar a la Abuela, la meza como que se movía y rechinaba, Brigida en el medio de la prosopopeya pego un grito y se quejo que Adolfo le estaba manoseando las piernas.
- ¡Juro que yo no hice nada!
- Pero tenia muy buenos Muslos… no me hubiera disgustado. Dijo mi papá.
- La sordo-muda había escrito.
“A la entrada… en el pilar de la derecha, entre el quinto y el sexto ladrillo”
Comparamos la nota con cartas que teníamos de la abuela Elizabeth y no se podía notar la diferencia.
- ¡Estas contando patrañas! Dijo Carlos.
Mi mamá se dirigió al dormitorio y regreso con una cajita de raso negro que puso en la mesa frente a Carlos, este la abrió y recostada en algodones estaba una Medalla de Oro, golpeada y deformada… con una cadenita que tenía cemento reseco entre los eslabones.
- Para la próxima vez les cuento de cuando en Verona a la media noche, sentí el relinchar de los caballos y atisbe por los visillos al Carretón de la Muerte…
No sabíamos si reír o temblar de miedo ante esta salida de mi madre, lo cierto es que nunca nos contó la historia de Verona, a mi hermana Carmen le fue muy bien con la infusión de cedro y continuamos la tertulia, contando otras historias de aparecidos, el aire se notaba como electrificado y eso fue casi todo... porque esa noche el Perro Lobo que cuidaba de la huerta, no dejo dormir a nadie pues se la pasó aullando toda la noche, amaneció muerto sin huellas de ninguna clase en su cuerpo, lo enterramos bajo la higuera del fondo, de allí en adelante ese árbol fue el mas difícil de cosechar pues estuvo siempre lleno de pulgas… pero fue el de los higos más dulces.
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