Una figura conocida se abrió camino entre la multitud, se acerco con ese andar lento pero resuelto que tienen los hombres a esa edad, con la confianza que suele regalar la experiencia de años vividos. Cuando llego frente a mí, sonrió y su mirada se llenó de aquel calor y ternura, como cuando en mis primeros años me mirara. Aquella mirada que me infundía seguridad y confianza en él, que me hacia seguirlo ciegamente, sin rechistar sin ni siquiera pensar en negarme. Me tomó de la mano y me indujo a caminar junto a él.

Caminamos en silencio; no era necesario que dijera una sola palabra para saber que me apoyaba, que era en mí en donde todo su ser estaba concentrado, ya fuera para entenderme o, simplemente, amarme.
Así, caminando, en ese silencio comprendido y compartido, volví a renovar mi confianza, mi seguridad, mis sentimientos hacia él. No importaba cuántas veces hubiésemos tenido diferencias , o cuántas otras hubiésemos discutido por esto o por aquello.

Ahí recordé lo que un día me dijo:
Soy tu amigo, tu confidente, y más que eso, soy TU PADRE. Siempre, siempre estaré ahí para ti… por mucho que me contradigas aún sabiendo que tengo razón, e incluso cuando te diga… ¡TE LO DIJE!.


Para mi Papi bello.