“María del Carmen, vení para acá...”. “Dale, dejá de hacerte la graciosa y salí del placard”. “María del Carmen, me vas a hacer enojar y voy a terminar regalándole los ratones a Garfield”. Nada. Silencio absoluto. Otra vez se había escapado...
Como en aquella oportunidad en la que incendiara un cine, robara una ambulancia que trasladaba a un sordomudo atragantado con mejillones, y mordiera en un codo a Bugs Bunny, María del Carmen –la mascota de Ester- nuevamente había salido de paseo por las calles de Oslo. Encontrarla no sería fácil, sobre todo si tenemos en cuenta de que se trata de un ejemplar de cobra egipcia, experta en pintura renacentista, dotada de un Master en Ingeniería Electrónica (Universidad de Oxford) y hablante de 7 idiomas (entre ellos, tehuelche mediterráneo)
“Esta vez la dejo una semana sin chatear...”, se prometió para sí, mareada, la abuela guerrera. Y tratando de vencer a su persistente reuma, la anciana de 75 años se colocó los patines que había robado, en 1976, de la casa de Gabriel García Márquez, tomó su bastón modelado en sauce llorón, y partió a buscar a la fugitiva. Obviamente, María del Carmen siempre tomaba el mismo recorrido: iba al zoológico a reírse de los ciervos, hacía trastabillar a los ancianos en la plaza “Juan Luis Guerra”, hipnotizaba a los taxistas o apostaba sus ahorros en el hipódromo de la ciudad.
En más de una oportunidad, Ester la había encontrado intentando sobornar a un policía tartamudo, o a punto de alquilar un automóvil para luego estrellarlo contra el ventanal de un Mc Donald.
La cobra siempre creaba problemas, y esta era una particularidad constante desde que el reptil irrumpiera en la vida de la abuela guerrera. María del Carmen había sido un regalo que Mick Jagger le hiciera, en 1968, a una joven Ester. Enamorado de la ¿heroína? el Stone también había compuesto una canción para la anciana: “Angie”. El sentimiento habría surgido a raíz de la labor en percusión que la abuela guerrera desempeñara durante la grabación del single “Paint it Black”. Aún así, Ester jamás se mostró cercana a las pretensiones del vocalista inglés. Muy por el contrario, en una oportunidad –y ante un intento de beso perpetrado, violentamente, por Jagger- la abuela guerrera se ocupó de patearle 40 veces los riñones hasta que el stone finalmente prometió no volver a acosarla.
Pero volvamos a lo nuestro. Agitada por el esfuerzo, Ester clavó los frenos de su medio de locomoción justo frente a la “Asociación Sueca de Padres con Varicela”. Prácticamente al instante, un hombre vestido de hombre se acercó para confiarle a la abuela una noticia imprevista: María del Carmen había visitado una sucursal del Banco “Te-Chupo-La-Sangre S.A.” para solicitar un crédito a nombre de la anciana. Furiosa, y tras firmar una serie de papiros abundantes en cifras e intereses, la abuela guerrera continuó su búsqueda.
El instinto de superhéroe -con problemas de artrosis- la obligó a detenerse en el 740 de la Avenida Gerard Depardieu. Allí se ubicaba un templo de la iglesia “Tu Contribución hace mi Mansión”. Tarareando una canción de Eros Ramazzotti, Ester ingresó en el sagrado condominio. Segundos después, un sacerdote de ojos color sangre, haciendo piruetas sobre un skate, franqueó el andar de la anciana. “¿Viene a contribuir, hija vieja mía?”, la abordó el cura, al tiempo que fumaba un cigarrillo sin marca; dotado de un aroma un tanto particular... “No, chupacirios, busco a mi mascota...”, contestó una malhumorada Ester.
“¡Ah! La viborita dice usted...”, continuó el representante del Señor, al tiempo que se pellizcaba las piernas por debajo de la sotana. La abuela asintió con desgano, casi sin mover su cabellera repleta de canas. “Bueno, vieja hija mía... la rastrera estuvo aquí y yo le dejé hacer...”, continuó el hombre mientras, excitado, procedía a meter su mano bajo la vestimenta oscura para luego arrancarse algunos pelos del pecho.
“¿Y qué hizo?”. “Bueno, no mucho: casó a 2 parejas de presos, mordió la rodilla de una estatua a San Pedro, robó un par de botellas de vino, y además me hizo jurarle, acostado sobre el altar, que Dios se ríe a diario de la nariz de Ringo Starr... Pero ya se fue...”, completó el hombre santo, para luego apagarse en la oreja derecha el cigarrillo extraño que antes fumara.
Ofuscada, y dándose un fuerte impulso con su bastón modelado en sauce llorón, Ester volvió a las calles. A dos cuadras del templo, sobre la Avenida Kirk Douglas, una multitud y un ataque de risa la obligaron a detenerse. Cientos de suecos, en calzoncillos boxer y propinándose un sinfín de bofetadas, saltaban arriba de sus automóviles al grito de “Se siente; Se siente: ¡Carmen Presidente!”. Sí, la cobra había fundado un partido político. “Alianza para un colmillo sin caries” era su nombre, y ya contaba con dos candidatos a senador: una mujer pelada y con los pies planos, y un enano panzón que no dejaba de hurgarse la nariz con el periscopio de un submarino nuclear panameño.
Cansada de buscar, Ester saltó los automóviles reunidos, esquivó a una rana preñada que justo pasaba por allí, y puso proa con destino a su casa. Una vez allí, y tras eludir a una bolsa de cebollas abandonada en su vereda, la anciana se mostró sorprendida al oír una serie de gritos y aullidos que provenían del living de su casa. Al ingresar al lugar, se encontró con que el televisor estaba encendido. Sobre el sofá, y apoyada en el control remoto, María del Carmen dormía profundamente.
En la pantalla encendida se veía el programa favorito de la cobra: la serie “Empuje a su perro Chihuahua por la escalera”, emitida por el canal Morboso Planet. Aliviada, Ester se dejó caer en el sofá: su amada mascota había aparecido.
Repuesta del enojo, tomó una manta y procedió a tapar con cuidado a la serpiente. Una vez hecho esto, la abuela guerrera pudo retirarse a tomar una ligera siesta. Una siesta en la cual podría al fin soñar con una María del Carmen transformada en mujer; esa hija extraviada que Ester nunca había dejado de buscar...
* Basado en una historia real
Chester Piedrabuena
® Saga "Ester, la abuela guerrera". Derechos Reservados.
|