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Inicio / Cuenteros Locales / La_Columna / LA COLUMNA DEL MARTES. LA COMPI VIAJERA EN SU TERCER INTENTO DE LLEGADA.

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Todavía los días están naciendo con acostumbramientos. Me encuentro en la fase en que voy brindándoles propiedades personales a las cosas, tratando que se me vayan haciendo invisibles de tanta costumbre. Sin embargo están ahí, aún me sorprenden a montones y también a ráfagas, como aquellas que golpean pueblos llenos de quietud. Recuerdo cuando estudiaba y el profesor abría sus grandes ojos para decirnos: “todo lo común se nos hace invisible… desde allí perdemos el norte de los ideales”.

Se supone que estoy buscando el norte de mis convicciones a una distancia razonable de muchas de mis emociones y la balanza redundantemente, no puede balancearse.

Mis días comienzan con el sol que brilla como en ningún otra parte brilla – quizás jamás se me puedan llegar a hacer cotidianos esos destellos – y esos gallos que a lo lejos parecieran competir en busca del sonido más alto. Amanece mi vida en tono verde. Se ilumina mi noche perpetua.

Las cosas van mejorando con el avance del reloj… y la experiencia. Personajes curiosos van poblando mi mundo personal. Una señora se ofrece llevarme leche en las mañanas y don Julio, el dueño del único minimarket, me regala bandejas de huevos. La gente se me hace amable y cálida, la gente me acoge con cariño, preguntan poco, pero no pueden evitar enjuiciarme.

Mi familia me llama tres veces a la semana, se van enterando de todos los detalles de los personajes que he descubierto en este tiempo, les interesa la historia de mis vecinas, tres señoras solteronas que se dedican al cultivo de Camelias y que en el camino a lo que son, han creado historias de príncipes azules y castillos mágicos, para hacer de su soledad, un mito fascinante.

Extraño, a veces, la urbanidad. Siento que la compañía que elegí – mis CD’s y mis películas – va haciéndose más independiente de mi persona, ha ido tomando rumbos insospechados, como la casa de don Julio.

Llega gente a mi pequeña oficina, llegan cargando sus introvertidas historias que hay que sacar a fuerza de confianzas. Recuerdo a una señora a quien tuve que tomarle la mano para que pudiera soltarse y curiosamente, su mano estaba llena de venas verdes… lo primero que pensé fue en una hoja… su mano era una hoja. Pero luego pude sentir su calidez y pulsación. Era una mano que me estaba ofreciendo la oportunidad de entender, que hiciese lo que hiciese, el acostumbramiento llegaría más tarde que temprano… y es muy probable que ahí nuevamente, deba partir.

La vida se me ofrece como una novedad todos los días.

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 174 visitantes. (2 votos)


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