A mucha gente
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Harry era un chico normal... Dentro de lo que cabía en la mente de un ser humano corriente. Alto, moreno, no excesivamente fuerte ni excesivamente inteligente, era un chico más bien del montón... Del montón de los desechos, mejor dicho. Nadie recurría a él, y nadie le echaba de menos cuando no estaba entre el resto de sus “amigos”, pero a él le daba igual, pues tenía un secreto.
Todas las noches, cuando sus padres se acostaban y en su casa reinaba el silencio, Harry levantaba la persiana y abría la ventana; hiciera calor o frío, lloviera o nevara, estuviera en una ciudad o en otra, él lo hacía. Después, se quitaba la parte superior del pijama y, sorprendentemente, de su desnuda espalda brotaban cada noche a su voluntad un par de enormes alas blancas, como las de un ángel.
“Un ángel,” pensaba, “eso es lo que soy... ¡Un ángel!” Y se tiraba desde la ventana... Y volaba. Casi siempre hacia la misma dirección, una dirección que siempre soñó recorrer con aquella a la que amaba. Miraba en la ventana de su amada, y se sentía feliz al ver que ella estaba viva. “¡Qué pena que no puedas volar como yo!” pensaba, y se volvía a casa.
Pero, un día lluvioso ocurrió una tragedia para él; desde un tercer piso, su amada amenazaba con suicidarse... No quería seguir viviendo. Sus amigos le daban la espalda, como a Harry, y a ella no le gustaba ser tratada como un desecho humano... Como Harry. En un intento desesperado por salvarla, él desplegó sus alas, rompiendo sus ropas, y echó a volar hacia donde se encontraba ella. La gente se quedaba admirada por la valentía de aquel muchacho al que nadie quería, que podía volar. Pero ella se quedó horrorizada y se tiró antes de que él llegara. Aunque voló todo lo rápido que pudo, no llegó a cogerla, y por lo tanto ella se estampó contra el suelo y murió. Harry lloró y voló hacia su casa. Nunca más desplegaría sus alas, pues fueron la causa de la muerte de su amada.
Con el tiempo, Harry llegó a aceptar la muerte de la mujer a la que amó un día. Sonreía con más frecuencia y las personas le admiraban por tener esas preciosas alas blancas, como las de un cisne. Pero cuando le pedían que las desplegara, él no lo hacía. “Me juré no volver a hacerlo.”, decía y todos quedaban desilusionados. Pero, con el tiempo, volvió a presenciar otro intento de suicidio. Esta vez, era la persona que se había convertido en su mejor amigo. Éste se tiró. Harry, inconscientemente, desplegó de nuevo sus alas y voló para salvarle.
Le salvó. Pero todos le miraban horrorizados.
Sorprendentemente, descubrió que sus alas eran negras como las de un cuervo.
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