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Inicio / Cuenteros Locales / elcorinto / UN FRAGMENTO MU CHIQUITIYO DE VIDA, UNA MIAJA, VAMOS...

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Alfredo se levantó temprano.
Estaba eufórico. Inquieto. Pletórico. Con ganas de bailar, de cantar, de hablar con la gente. Sentía en su cuerpo el deseo de hacer algo, de empezar algo. Sus manos ansiaban crear, sus manos ansiaban tocar, sus manos ansiaban hacer, convertir, moldear. No sabia muy bien que era exactamente lo que sentía, pero de una cosa estaba seguro. No era aerofagia ni nada similar, ni tenia nada que ver con las lombrices que cogió su perro. Se vistió, salió a la calle y le atropelló el camión de la basura.

Manuela, que ese momento estaba barriendo la puerta de su casa, se llevó un gran disgusto. A fin de cuentas, el difunto iba a convertirse en su yerno, y en su única fuente de ingresos. Ya no podría pagar el dinero que le debía al carnicero. El carnicero era un buen hombre, honrado, amable, siempre dispuesto a hacer favores, pero además era un grandísimo hijoputa, y como no le pagases, solía vengarse cortando algo a algún familiar. Vete tu a imaginar a quien le cortaría algo. Manuela, secretamente, esperaba que el carnicero eligiera a alguien de la rama de su marido.

El marido de Manuela no veía bien por un ojo. Siempre había sido un infeliz, y sus hermanas le ablandaban las costillas a garrotazos cuando era niño. A una de sus hermanas se la llevó la fiebre tifoidea. A otra de sus hermanas se la llevo un gitano. Las otras tres hermanas todavía viven. Una puso una granja de cerdos. Otra una heladería. La tercera no puso nada.

Y no poner nada fue uno de los últimos errores de Francisca. El otro fue salir a la calle sin una navaja o cualquier otra cosa similar que le hubiera servido para defenderse del carnicero, el cual, fiel a su promesa, la eligió a ella como pago de la deuda contraída por Manuela, y mas concretamente eligió su brazo izquierdo. Francisca perdió su brazo izquierdo, y Manuela pudo volver a comer chuletas, con las condiciones habituales en el supuesto de impago.

Cuando el carnicero volvía a casa, con sus tres brazos (los dos suyos y el de Francisca), observó que salía humo de su madre, que estaba sentada a la puerta de la tienda, en una silla de palo, y vestida de luto por su difunto esposo, que era otorrino, (que no ornitorrinco, como decía el memo de su hijo, que menos mal que puso una carnicería, porque desde que nació era puritita carne de presidio). La madre de un carnicero no suelta humo habitualmente, pensó, así que algo debe ocurrirle. Si esa pobre señora no hubiera tenido un genio tan vivo, un pronto tan demoledor, unas contestaciones tan blasfemas, y un garrote tan presto a volar, el carnicero le hubiera preguntado (sin temor a represalias) que porqué echaba humo, y su madre le hubiera contestado que porque estaba ardiendo, con lo cual el carnicero, apercibido del problema, podría administrarle remedio. Mas como no era así, y esa señora solía contestar cualquier pregunta con exabruptos, escupitajos, maldiciones, quetedenporculos, y en ocasiones, silletazos y ventosidades, el carnicero prefirió no entrometerse, y preguntarle a su madre acerca del humo después de la cena, que solía esta regar con abundante vino que tornaba su agresividad y rencor hacia su hijo, en verborrea y cantos regionales. Es raro que una señora que arde llegue hasta la cena, pero esta casi lo consigue. Después del Telecupón ya solo era un rescoldo

El conductor del camión de la basura tampoco salió ileso. Tras haber convertido en tapioca a Alfredo, un grupo de espectadores del suceso pretendió lincharlo, pero tuvieron dificultades, ya que todos eran muy torpes, y al intentar trepar a la farola para colgar la soga, muchos de ellos resultaron lesionados. Cuando el tercer enfervorizado perdió sus dientes contra la acera, decidieron dejarse de ahorcamientos y se conformaron con moler a palos al conductor. Las heridas físicas del conductor tardaron meses en sanar. Pero las heridas del alma, las arrastró durante toda su vida. No volvió nunca a conducir un camión de la basura. De hecho, nunca mas se acerco a un contenedor, ni a un cubo, papelera o cenicero. En sus últimos años, evitaba hasta acercarse a cualquier cosa que rimase con “basura”.

Es difícil subir a una farola. Sobre todo si pretendes linchar a alguien. Los linchamientos deberían hacerse de una manera un poco mas organizada, pensaba Juan en la consulta del dentista. Todo el mundo quiere golpear un poco al linchado, y se forma una pelota de personas a su alrededor, soltando puñetazos, patadas y pellizcos, muchos de los cuales no llegan al linchado, sino que se reparten entre el tumulto. Alguien debería poner orden, ir guardando una cola, o un turno. Mientras, el dentista extraía las escuálidas esquirlas, restos de la dentición de Juan. Ni que decir tiene que además de los dientes, Juan se había dejado en la acera los labios y una aleta de la nariz.

Ahora todos duermen.
Mañana será otro día.
O quizás no.
Ya lo veremos

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 378 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-09-2005 ¡¡¡¡BUENÍSIMO!!!! ¿Poqué no hay material tuyo en las librerías? gloriadelejos
03-03-2005 Me reí todo el tiempo. Jugaste muy bien con los personajes, brincando sobre uno y sobre otro. Eso es arte. Desleal
04-01-2005 Tienes capacidad para engancharme, con tus historias. La figura del carnicero me recuerda un poco al film de "delicatesen". Enc uanto a lo que comentas de guardar cola para zurrar, ya lo hicieron en "aterriza como puedas".Felicidades. iolanthe
24-11-2004 Vaya talento!! qué fantastico derroche de imaginación y de buen hacer. Enhorabuena una vez más!!! ondina
15-11-2004 Pero que delirio mas surrealista. La madre que echa humo es una imagen que a Dalí o Buñuel les hubiera encantado filmar o pintar. Insisto, eres un cabronazo!!!! lachatunga
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