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Tarde de sufrimientos

Eran las dos de la tarde cuando ella entró tímidamente en su casa. Sentía como un nervioso cosquilleo de hormigas sigilosas sobre su cuerpo, de solo pensar en lo cercanamente inmediato. Los incautos pero precisos consejos de sus amigas habían recubierto su mente de miedo e incertidumbre. Abrió la puerta sin sorpresa y la invitó a pasar. Se quitó alguna ropa y se recostó sobre un viejo sillón, accediendo sumisamente a las órdenes del dueño de casa. Ella esperaba inmóvil lo inevitable, con un terror que la sofocaba. Los objetos de la residencia parecían estar expectantes de lo venidero, al igual que el canario desde su jaula, extrañamente silencioso e inquieto. Ya estaba todo dicho, todo hablado de antemano, sólo quedaba esperar aquello que era irrevocable. Sin perder nada de tiempo, él se fue acercando hacia ella. Se impresionó cuando vio el tamaño del aparato que acercaba a su vientre. Le pidió que se relaje, que nada pasaría, y prometió protegerla en todo momento. Ella estaba tensa como un globo con demasiado aire, a punto de estallar. Ahora comenzaba a sentir dolor, a medida que era penetrada una y otra vez, sin tregua ni respiro. No pudo aguantar el sufrimiento, y dejó escapar un ahogado grito. El la miró consternado y la abofeteó con el dorso de la mano, exigiendo que se comportara como una mujer. Para superar el martirio que otra vez se reanudaba, trato de abstraerse y pensar en cosas alegres, entonces se acordó sin esfuerzo del jardín con las orquídeas en el patio de su abuela, en su padre besándola tibiamente en la frente antes de irse a dormir cuando era niña y en la vez que ganó el concurso en la fiesta de disfraces, con ese traje tan original, lleno de lentejuelas, gracias a la loca inventiva de su madre. Casi sin darse cuenta, el dolor cesó por completo, y le costó creer que fuese a acabar tan rápido. El se levantó sin apuro, tomó un vaso de agua en busca de alivio, y le dijo que ya había terminado. Todavía agitada, buscó papel y limpió la sangre chorreada en su pierna. Se acercó al espejo, y contempló con júbilo el nítido dibujo de la rosa tatuada en su vientre. Le agradeció y se despidió de él, no sin antes pagarle por sus servicios.

07/10/04

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 138 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-05-2005 Siempre me sorprenden tus escritos, pero lo mejor es que arrancan muchas risas del alma!!!!! ilad
21-10-2004 Bueno, pensé en algo peor. Felicitaciones. jorval
 
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