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De la similitud del día a día


Se pregunta por qué tiene que esperar el tren, en ese andén infestado de gente con periódicos bajo el brazo, de maletines misteriosos y molestos una vez adentro. Le inquieta el sonido de los celulares, los brazos que buscan en los sobretodos y enlazan a otros brazos, codean a otros codos y generan una mirada de desaprobación masiva en los fastidiosos pasajeros. Ni siquiera la música que suena en sus oídos logra distraerlo, relajarlo de algo tan tedioso como viajar de Glew a Lanús. Para colmo cada vez sube más gente, y los pasamanos se acaban y uno queda aplastado como un objeto en una caja mal organizada. A veces piensa, medio en broma medio en serio, usar una máscara antigas, para poder respirar en esa nube de perfumes tan dispares.
Con tantos años de viaje en el mismo ramal, había llegado a conocer, aunque sea visualmente, a varias personas que subían o bajaban en las diversas estaciones. Estaba la señora gorda que subía en Lomas, siempre última y que era odiada tácitamente por acaparar el espacio de dos o tres pasajeros. El linjera de Temperley ya era un clásico; cuando lo veía ingresar en forma apachorrada, con su caja llena de cosas para vender, todos los días distintas, le generaba un sentimiento que oscilaba entre la lástima y el cariño. Por eso de vez en cuando le compraba alguna cosa que seguramente tiraría cuando llegase a la oficina.
Después de su odisea, llegar a Lanús era para él como sacarse una espina debajo de la uña. Las puertas corredizas de blanco despintado se abrían y la gente salía como agua de represa dinamitada. Un regimiento que marchaba hacia campos de batalla repetidos, a librar combates contra los enemigos de siempre. De a poco se iban perdiendo desordenadamente en las esquinas, en los edificios públicos de oficinas con ascensores que le recordaban lo nefasto del viaje en tren.
El se bajaba en el quinto piso, caminaba por el pasillo y en el primer cruce giraba hacia la derecha. Luego hasta el final, oficina 505, redacción del diario “La Realidad”. Escribía sin ganas ni la creatividad de antes una columna que firmaba con el seudónimo Roy. Temas variados; actualidad, deportes, política. Se las arreglaba para plasmar en sus líneas una ilusoria novedad solapada en frases hechas o citas de autores conocidos, como queriendo darle un aire intelectual y culto. A las doce el almuerzo preparado desde ayer en su casa, las bromas con las chicas y los mates amargos con facturas de la panadería de enfrente a eso de las cinco.
Antes de irse se apoyaba sobre su escritorio, suspiraba y miraba perdidamente hacia la calle, a la vez que se preguntaba por qué siempre lo mismo, cuando iban a cambiar las cosas, mientras un taxista en la avenida protestaba a causa de la rutina y un empresario tiraba los contratos por el aire, enojado y angustiado frente a la triste realidad que revestía a su monótona y ordinaria vida.

18/09/04

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 146 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-12-2004 ¿realmente existe la originalidad innovadora diaria o cambiamos al Roca por el Beagle? pensalo, Juan Carlos Bucay amandamorton
02-12-2004 Considero que es una narración muy rica en descripción, lo cual hace que este cuento sea interesante. De todas maneras me parece que hay aspectos, en cuanto a la redacción, que se podrían mejorar. Eso es todo T.Q.M. Emilia... Miya
14-11-2004 Estimado, narras muy bien en forma clara y entretenida, pero estimo que al texto le falta "el hecho" que lo transforme en cuento. jorval
19-10-2004 Para hablar de la monotonìa no hace falta ser monotono... aun asì, un muy buen texto, Felicidades. guasarapo
 
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