Reflexión N°3 o del tiempo
Casi sin darnos cuenta, nuestra vida transcurre con la velocidad de una estrella fugaz en el firmamento. Como una transformación inesperada, pasamos de ser un inocente niño a un padre de familia, un abuelo, un muerto a quien los seres queridos le acercan flores a su tumba para el día de su cumpleaños. Es el ciclo de vida. No podemos luchar contra el inevitable paso del tiempo. Pero... ¿Qué es el tiempo? Es un millón de granos de arena desparramados en una playa desierta, que se apilan como médanos arrastrados por los veloces vientos. Es un mar que se forma con las pequeñas gotas de la lluvia, un río violento y caudaloso, que no cede frente a lo estático. Es una obra teatral, compuesta de un escenario, de actores y que tiene un final. Cuando uno reacciona, se cierra el telón y tras bambalinas los personajes comentan las vicisitudes de esa función tan efímera. Una representación que queda en la memoria hasta lo último, aunque los intérpretes conozcan que esa fue la única, la sola oportunidad de lucirse o no frente a su fervoroso público. Que ese ademán, ese saludo conjunto fue una inapelable despedida del mundo, una corta carrera hacia el olvido o hacia el recuerdo. Lo más triste es que los humanos nos percatamos de esto generalmente en nuestro lecho de muerte, cuando ya somos viejos y nuestros huesos están percudidos, y entonces la angustia irrumpe obviamente, al saber que ya no somos capaces de volver atrás, que no podremos tocar más timbres, que no habrá más escondidas ni rodillas sucias, ni decisiones impulsivas motivadas por lo más hondo de los sentimientos. Y que por más rápido que corramos, por más fuerte que gritemos, el tiempo se nos habrá escapado.
10/09/04
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