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Nuestra profesión


Es imposible acordarse de cuántos matamos ya. Pasaron tantos años.... Lo que sí es imborrable es la primera vez, al igual que el primer amor. Fue en un escenario cubierto de arbustos y árboles, aplastados por un enero húmedo y pegajoso. Doble causa de nuestro sudor; el calor primero y luego el nerviosismo que nos generaba lo que íbamos a hacer. Recuerdo nítidamente la situación, el olor y el miedo anunciaban una muerte próxima. Roberto me entregó el arma, en una actitud de maestro que ofrece a su discípulo la posibilidad de ser él quien inicie un ritual oscuro y eterno. Esperé paciente hasta que mirara, con una mezcla de tristeza y resignación, para dispararle justo entre los ojos. Disfruté al observar excitado como caía pesadamente e inmóvil el cuerpo sobre la tierra. Me acerqué y vi como la sangre se desparramaba rápidamente como lo hace la tinta china sobre un papel.
Esa nueva experiencia marcó nuestras vidas para siempre, como si fuese el prólogo de un libro autobiográfico. Aún lo seguimos haciendo, incluso con más frecuencia que antes. Claro que le hemos encontrado la veta comercial. De algo hay que vivir.
Confieso que ya no es lo mismo, la magia de los primeros años se fue apagando con las raudas nubes del tiempo. Ese ímpetu de bravíos corceles se transformó inapelablemente en algo monótono y rutinario. Por eso es que ya casi no lo hacemos nosotros, sólo en casos especiales. No queremos seguir ensuciándonos las manos ni la mente (las últimas veces comenzamos a sentir remordimiento), así que contratamos a algunos más rudos e insensibles para ocuparse del trabajo sucio.
No crean que con Roberto nos limitamos únicamente a contar las ganancias. Nuestra labor no es nada sencilla: tender las redes comerciales, conseguir las conexiones, sobornar a ciertas personas claves y en definitiva mancomunar el trabajo de todos a fin de conseguir buenos resultados, obrando en forma eficaz pero discreta. En el ambiente gozamos de cierta fama y respeto, pero siempre nos amparamos en la sombra de un perfil bajo. No queremos problemas legales en absoluto.
Pese a todo nos va bien. Ya estoy terminando una residencia nada modesta en las afueras de la capital. Es que en los pasados diez años hemos crecido a pasos agigantados. Nuestras redes se han extendido prodigiosamente, como lo hace una araña ambiciosa. Ya no se trata de un simple juego en el que dos muchachos de dieciocho años matan por el placer intrínseco de matar. Hoy en día estamos insertos en un juego de dimensiones ilimitadas, con miles de jugadores y movimientos de ordenada logística. Es un juego de relaciones, de alianzas y de ataque, de millones de dólares que se cuentan con un trasfondo de muerte.
Hemos llegado a lo más bajo a lo que puede llegar un ser humano: matar por dinero. Supongo que es para lo único que servimos. Pensar que mi madre se empeñó en hacer lo imposible para que siga los pasos de mi padre. Suerte que elegí otro camino. Mi pobre hermano es arquitecto y apenas le alcanza la entrada que le produce manejar un taxi, que ni siquiera es suyo, para mantener un sucio rancho en un barrio humilde y retirado. Si eso es digno y lo otro no, prefiero ser un indigno. Todavía puedo dormir tranquilo. Y cómodo, por supuesto.
Tenemos que aprovechar, uno nunca sabe hasta cuando va a dar el negocio. Es cierto que es un ambiente turbio, de drogas, chantajes, asesinatos, de encuentros secretos en lugares fríos y tenebrosos, como un muelle del puerto o una estación de tren abandonada. Son los gajes del oficio. Con el tiempo uno se acostumbra al olor de la pólvora, a las persecuciones, a la consiguiente balacea y posterior huida de uno de los bandos con el maletín lleno de dinero.
También soy consciente del peligro de esta “profesión” (si se la puede llamar como tal), de que un día cualquiera puedo recibir un balazo o mi casa puede estallar misteriosamente estando yo adentro. Pero todos corremos riesgos ¿O acaso los inversionistas no están muchas veces en la cuerda floja, haciendo malabares para no perderlo todo y no quedar en la calle? Son otros tipos de riesgos, pero son riesgos al fin.
Al menos no me tengo que andar preocupando por cobrar del uno al cinco, ni por el aguinaldo ni las vacaciones. Nos pagan por trabajo, y nos pagan bien. Vacaciones tengo cuando quiero, el negocio esta armado de manera tal que ande por si solo. Con un par de directrices puedo acomodar todo sin dificultades. Además cuento con gente de confianza, inteligente y capaz.
Haciendo un balance, creo que es más de lo que te da de lo que te quita. El negocio de matar yaguaretés para contrabandear sus pieles en el mercado negro, es hoy en día colosal y mueve millones de dólares.

10/09/04

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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