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Un acto desesperado


Si la vida fuese más simple, si acaso existiese la irrealizable
posibilidad de viajar en el tiempo hacia situaciones claves que se imprimen en nuestro destino, entonces la balanza se inclinaría hacia una faceta más inocente y encantadora, en vez de una trágica.
Pero sabes que es inconcebible, que es imposible volver atrás,
escapar al presente y montarse en el pasado. Quisiera poder arrepentirme aunque creo que el haber pasado una vida juntos te habrá dado una idea de mí, un esbozo casi redondo de mis actitudes y sentimientos; y por ende sabrás que cuando tomo una determinación jamás giro y cambio de dirección en forma abrupta.
Seguramente te preguntarás el por qué de esta decisión. Créeme que es más difícil para mí que para nadie. Alejarme de todos mis seres queridos, renunciar a la simplicidad y la belleza que cotidianamente recubren mi vida.
Te juro por nuestro hijo que elegí este camino pues el peso que llevo en mi espalda es ya insoportable. No existe la posibilidad de cargar con él más tiempo.
Realmente extrañaré a nuestro pequeño. Me llevaré en mi largo camino cada minuto vivido con él y contigo, en esos tiempos en los que aún creía en el amor y en la esperanza de construir entre todos un mundo mejor.
¡Que iluso fui! Estaba convencido de que esa felicidad sería para siempre. Tu tierno beso a mí llegada del despacho, el café cortado con las novedades, como que el nene está engordando, que cada vez está más fuerte; pero sobre todo ese brillo, ese resplandor en tus ojos, esos universos llenos de estrellas color verde.
Y los pic – nics en la plaza del carrusel, ese carrusel que no se cansaba de girar eternamente en el tiempo, y la criatura que con sus escasos tres años levantaba sus manecitas con el fin de alcanzar la sortija que danzaba en las manos de su padre, quien contemplaba orgulloso y alegre la escena.
Antes de llegar a este extremo caminé la Avenida de Mayo cientos de veces, cavilando, recapitulando en busca de alternativas, en vano obviamente. A modo de premonición, ya conocía de antes el desenlace de la historia. Tal vez no hubiese sido el que quise, pero tenía que ser así.
Es increíble lo encarnizada que es la batalla que se libra entre el corazón y mi mente en estos decisivos momentos. Lo emocional y lo racional, tratando de imponer su postura uno al otro. Pienso, evalúo y concluyo que no es lo correcto, pero por otro lado me vuelco a aquello que siento, a aquel acto irracional y desesperado...
¿Pero por qué a mí? ¿Qué fue lo que hice? Si nunca le deseé el mal a nadie. Si siempre busqué el bien a través del cumplimiento de normas sociales, institucionales y empresariales. Quizá fue en esa búsqueda en donde me aparté de algo mucho más importante que todo lo anterior: tú.
Me vi enceguecido por la fama y el éxito, disfrazado en cócteles en salones lujosos, ambientados con temas de bossa nova de fondo, repletos de gente poderosa pero elegantemente alcoholizada, emitiendo comentarios reservados y risas moderadas.
El éxito... Esa palabra tan nefasta. No supe ver su verdadero significado. Equivocadamente creí que ese maldito término hacía alusión a los buenos resultados en los negocios, a tener varios automóviles deportivos estacionados en la puerta del garage, a viajar en el velero hacia la casa de veraneo en Punta... Por todo esto, me creí un hombre exitoso.
Recién ahora caigo y me doy cuenta de mi error. Que ese macabro vocablo se refiere en realidad a conseguir un amor verdadero y poder forjar una familia que se ajuste a los valores morales que buscan la humildad y el respeto mutuo. Si quizá hubiese actuado de otra manera... Es posible que esta historia tuviese un final más feliz.
Pero la vida es retorcida y muchas veces las conductas de los humanos injustificables. Este dolor me duele en el alma, y presiento que nunca acabará, como si se tratase de una agonía crónica.
Sólo Dios será testigo de esta muerte, de este acto de desesperación e inesperanza absoluta. Mi tristeza me agobia, pero mi ira es mayor. El arma se muestra amenazante en mis manos temblorosas. Mis miembros dudan pero mi corazón se revoluciona y se afirma en una decisión irreversible en este instante.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, al verte como maniatada intentas resistirte a un final indiscutible. Observo perplejo y agitado como la sangre brota de tu pecho, en donde clavé el puñal con furia y sabor a venganza.
Nuestros cuerpos ya no se verán más en vida, pero apuesto que pronto nuestras almas habitarán el mismo infierno, aunque en distintos círculos, la tuya en el de los traidores y la mía en el de los homicidas.

23/07/04

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 147 visitantes. (0 votos)


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