La Señora Candelaria, enarbola la bandera,
no bien se abren las patriotas azoteas.

Sube empollando en las caderas,
los grandiosos de sus nalgas esquilones,
que al derribar a cada paso la escalera,
aún sostienen la mirada de mancebos muchachones.

De la pinta sangría de un clavel,
sirve de flores y de platos el mantel,
señalando mano en jarra en el radier,
lo sensible de la hora de comer.

Ya los vasos se han debido sosegar,
en las manos de los bravos convidados a beber
y Señora Candelaria ha de notar,
que de mesa y hombres bizcos del alcohol,
nadie fácilmente se puede deshacer.

Las once no han terminado aún de repicar
y sus mates muslos aún no pueden desistir.
Mañana la nutrida prensa va a anunciar
que de las once y media,
Señora Candelaria nunca pudo saber.