A Jane, donde quiera que estés.
Había sido una semana extenuante. Eran los primeros exámenes parciales que teníamos luego de que nos habían advertido expulsarnos de la universidad si repetíamos cursos y realmente pudimos sentir la presión y el estrés sobre nuestras espaldas como un gigantesco dedo acusador empujándonos cada vez más fuerte. Por suerte Fer tenía un chofer joven y amable, que ya conocía todos nuestros horarios y caminos, y la confianza de quedarnos dormidos en el camino era plena. Se nos había ocurrido la “genial” idea de, a mitad de semana, salir a tomar un par de cervezas, para atenuar los nervios y dejar de mordernos tanto las uñas. Mala idea. Solo conseguimos vaciarnos más de la mitad los bolsillos, Fer un estomago flojo y yo un resfrío primaveral. Y ni que hablar del retraso de nuestras horas de sueño. Así que de regreso del penúltimo examen (el de Análisis de la Historia de los Medios de siete a diez de la mañana), Boris nos llevaba presuroso por toda la avenida Javier Prado hasta la casa de Fer para poder dormir unas cuantas horas y comer algo, y claro, seguir repasando de paporreta las benditas clases de Historia del Perú 2.
En una batalla con mis párpados decidí ponerme a contar cuantos Volkswagen escarabajos pasaban durante todo el camino, tratando de no perder ninguno, y hasta insinuando cual podía ser el año de su fabricación. Demás esta decir que después del Volkswagen numero tres mi cabeza ya estaba adherida a la ventana del carro. Deben haber pasado unos cinco minutos con la historia de la radio y los diarios en el Perú dándome vueltas en sueños, mezcladas con el análisis a los 400 Golpes de Truffaut, y la tabulación de la encuesta de hábitos y costumbres en las discotecas, y oh no, ya volví a llegar en pijamas a la clase de matemáticas y mamá me ha mandado huevo duro en la lonchera, cuando un frenazo me hizo despertar de tales pesadillas estudiantiles. Fer ni se inmutó en el asiento delantero, a pesar de que mi estrepitoso rebote contra su espaldar comprobara que los Crash Test Dummies que usan para los autos Daewoo terminan peor que los G.I.Joe de un niño de cinco años. Casi nos pasamos el semáforo de la avenida San Luis, y fue una suerte frenar así. Si, fue una suerte, porque me desperté y ahí estaba ella.
Me refregué los ojos, diciéndome a mi misma “debo seguir soñando”, pero no, estaba ahí, parada entre toda la gente del paradero. Nadie se daba cuenta de su presencia, pero yo si, fue lo primero que vi, y luego no había cabida para nada ni nadie más en mis ojos. Intenté jalar a Fer del brazo, decirle mírala, pero no lo encontraba a tientas, y tampoco quería perderla de vista. Era bellísima. En pleno cruce de San Luis tenía que ser imposible. Y a las nueve y pico de la mañana, rodeada de tantos yuppies aburridos, tantos extraños enternados, uniformados, y también de tantas otras parecidas a ella, pero ninguna igual. No, no tenia sentido. ¿Estaría alucinándola? ¿Sería parte de mi sueño? Tenía tan pocos minutos para reaccionar, decidir si me acercaba o no, para bajarme del carro y que importaba el resto de la gente del paradero, y Fer por favor despierta que no sabes lo que estoy viendo, y como nos vamos con ella y ….y cambió la luz. ¡Diablos!. Fer seguía como una estatua y yo ahora estaba trepada al parabrisas trasero, con la cabeza de lado y siguiéndola con la mirada, tratando de memorizar hasta el último detalle de su presencia, de su ubicación. Finalmente, con un gesto de tristeza, la señale con mi dedo hasta que se perdió detrás de un micro de Todo Javier Prado - La Marina - Callao - La Punta.
Casi llegando a cruzar la Av. Arequipa, el bello durmiente despertó como si veinte cuadras zarandeándolo y jalándole los cachetes hubieran sido solo una caricia.
- ¿Me llamabas?, preguntó, con un ojo abierto y otro a medio abrir.
- Ya es tarde. No me vas a creer lo que vi, y no creo que podamos dar la vuelta con Boris, seria muy obvio. Eres un tarado.
Llegando a su casa tuve que contárselo, no me podía aguantar. Y a pesar de sus burlas, luego de sus dudas, y finalmente de su desesperación, logré convencerlo de regresar. Tal visión nos había despejado el sueño de inmediato. Para evitar las sospechas de Boris, decidimos tomar un taxi. No tenía las esperanzas de encontrarla, ya había pasado más de una hora y tal vez se habría ido. “Si sigue ahí, por algo será”, pensaba. Y en efecto. El taxi nos dejó a media cuadra, y si, ahí estaba, en su mismo lugar del paradero. Preciosa, imponente, fresca, rodeada de tantas otras parecidas pero que jamás lograrían arrancar de mi ni media sonrisa, mucho menos me entregarían tanta tranquilidad.
No quería hacerle daño, pero si el contacto no era rápido, podíamos tener problemas los tres, y jamás la volveríamos a ver. Miramos a un lado, miramos al otro, y ¡zas!, la arrancamos de raíz.
Que más puedo decir, a mi parecer, fue la decisión correcta. Disfrutamos de momentos increíbles a su lado, riendo por horas sin parar, tuvimos charlas interminables y también muchos días de alucinógena paz. Luego se secó, y bueno, jamás volvimos a encontrar otra plantita igual, ni siquiera intentamos sembrar otra. Todo en honor a nuestra Jane.
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