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Morbidus Mecano

Un día 600 del año 9, me encontraba sentado en mi trono metálico, observaba las fosas de ácido con mis lentes telescópicos incrustados en mis orificios oculares, los niños nadaban en las fosas y explotaban de risa al ver sus pieles corroídas por el verde líquido, cuando el dolor podía mas que la risa, salían de las fosas extasiados al ver sus pellejos colgantes.

Recuerdo al niño janicéfalo chapoteando con torpeza mientras un grupo de niños le estiraba el calzón de plástico, al niño escuálido que se masturbaba en la esquina de la fosa, a la niña que se prostituía a cambio de tres barras de chocolate de cerdo y un rato de placer, al niño regordete que se comía los pellejos que flotaban, a la niña de mis ojos a punto de llorar...

Me levanté del trono y caminé hacia la fosa, los niños reían y me buscaban con el oído, pues ya todos ellos tenían los globos oculares roídos por el ácido. Vengan a mí –les dije- tráguense mi pútrido corazón y coloquen en mis entrañas un trozo de carbón como sustituto.

Los niños corrieron hacia mí en una desorientada estampida; se tropezaban unos con otros, algunos se arrastraban, una niña abrazaba un muro de hierro y le hablaba dulcemente como pensando que abrazaba mi pierna. Entonces sacando una daga que guardaba mi bota; me abrí el tórax por el costado izquierdo, la sangre negra emanaba en abundancia produciendo un charco en el piso; negro, como un lago de petróleo.
Poco a poco los niños se me fueron acercando; algunos guiados por el ruido de la sangre que caía, otros por el olor de la sangre. Fue el niño escuálido el primero en llegar, a gatas; con su nariz desprovista de cartílago olfateaba el charco de sangre. Fue levantándose paulatinamente hasta llegar a mi costado izquierdo, apenas rozó su lengua mis costillas y empezó a devorar mis músculos cardiacos.

Sentí un placer indescriptible al ser mutilado, pues en cada mordida se iba una parte de mi odio, de mi tristeza, de mi sarcasmo, de mis pasiones... Los niños peleaban por conseguir un trozo de mi carne, se empujan con violencia, se mordían, se arañaban...como animales de carroña devorando la última carne del universo.

Mientras me comían; recordé esa absurda historia de aquel hombre que existió en un lejano planeta, que decía que todo aquel que comiera su carne y bebiera de su sangre tendría la vida eterna. ¡Qué oferta tan más barata! –pensé-, pues los que comen y beben de mí se convierten en nuevos dioses del universo.

Cuando de mi corazón no quedaba mas que trozos masticados en intestinos ajenos; una niña renga colocaba en mis entrañas un trozo de carbón. Entonces, ya con mi corazón nuevo, les ordené marcharse a distintos puntos del universo, pues ya eran dioses. Dos pares de alas surgió de sus espaldas, y volaron como un enjambre de insectos a poblar recónditas galaxias ausentes de dioses.

Ya en soledad, me dediqué a la limpieza del balneario, con tan solo accionar una palanca, las pirañas salieron hambreadas a través de las compuertas a comer los residuos carnosos que dejaron los niños, ahora dioses. Al llegar la noche, todo residuo ya había sido devorado por los inquietos pececillos, entonces con un ademán les ordené regresar a las compuertas, las pirañas obedecieron al instante, nadando como un millar de torpedos sincronizados.

Después de la limpieza, las instalaciones estaban impecables, el fulgor verdoso del ácido se reflejaba en las paredes de acero, destacando notoriamente entre aquella oscuridad. La soledad de aquella escena me contagió el alma, sentí deseos de llorar y entregarme a mis sentimientos de corazón de carbón, así que opté por llamar a los prosticerdos, los sexoservidores por excelencia del reino animal.

Me comuniqué con los prosticerdos mediante mi fonotrón y encargué tres especimenes de diferentes razas, prometieron mandármelos a más tardar en una hora. Al concluir la llamada, apagué mi fonotrón y me quité la ropa rápidamente, dejando mi cuerpo de piel sintética al desnudo.

Cuarenta y cinco minutos después de llamar a los prosticerdos, el timbre electrosensorial hizo sonar su peculiar chillido y me hizo sentir una ligera descarga eléctrica en el trasero, me asomé por la ventana para ver quien había activado del timbre, sospechaba que fueran los prosticerdos, pero quería percatarme de que lo fueran, pues desnudo no se le abre la puerta a cualquiera.

Mis sospechas fueron ciertas, tres prosticerdos esperaban impacientes a que les abriera la puerta. Abrí la puerta e inmediatamente después alcé mi trasero mecánico al aire, esperando ser penetrado por los grasientos individuos, los tres me penetraron al mismo tiempo y torcían mi espalda de un lado a otro. Me aburrí de copular y activé las cuchillas de mi trasero, los prosticerdos fueron desprendidos de su miembro al instante, después de unos fuertes quejidos, se echaron a reír pues les pareció muy graciosa mi manera de copular.

Después de vendarles lo poco que les quedaba de sus genitales, les pagué lo acordado, me despedí y me senté en mi trono para esperar el amanecer, evitando pegar los ojos, para no soñar, pues me encanta la realidad y no me gusta gastarme la vida en horribles pesadillas.

Texto agregado el 19-10-2004, y leído por 214 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-02-2006 por lo menos no tienes la duda de llamar las cosas como se ven en la realidad. El planeta del Cristo no esta correcto, lo que refieres es el planeta del Vaticano, por cierto. VONLUTHOR
03-01-2005 podria haberles eyaculado acido con su pene metalico a los prosticerdos miss_matanza_1
22-10-2004 Muy buen estilo literario, buen despliegue de palabras, de significantes. Posiblemente el significado no me guste demasiado aunque me parece encontrar una buena sátira de la realidad. Basta de dioses!!!!!!!!!!!! espartako
19-10-2004 y...qué te puedo decir, no es mi género preferido, así que no me gustó, no porque no lo hayas escrito bien, sino porque no me gustan estos temas Doctora Doctora
 
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