Aquel Borges boca abajo resultaba, cuando menos, extraño y ridículo, al revés. Y no es que pensar en un posible Yogui-Borges sea descabellado; ahora bien, de ahí a aceptar al Yogui-Borges-en-mi-habitación, era algo que se me escapaba totalmente.
Cuando abrí la puerta el ya estaba allí, como esperándome. Al principio no podía creerlo. En mi defensa recurrí a todo tipo de justificaciones, atenuantes cotidianos, nerviosismo del momento, espejismo, falacia óptica
, cualquier cosa antes que aceptar a aquel Borges boca abajo.
Cerré los ojos y los volví a abrir repetidamente, siempre en este orden para evitar un desajuste en el movimiento de mis parpados que resultaría poco estético, como un guiño fatal. A pesar de las precauciones tomadas para reducir al mínimo esta posibilidad, llegó un momento en que perdí el control y tuve miedo. Me acerque al espejo para asegurarme de que mi imagen continuaba simétrica, pero estaba demasiado nervioso y me corte la barba, no me gusto, me afeite el bigote, me encontré gordo, adelgace, crecí, tampoco me gusto y decidí quedarme como estaba, atónito.
Bebí un trago de ginebra, encendí un cigarrillo, respire profundamente y volví a mirar. No cabía la menor duda, aquel Borges continuaba boca abajo, impasible. Me senté y trate de controlar mi taquicardia con otro trago de ginebra que resulto particularmente áspero y con cierto sabor a pasta de dientes. Saqué el cepillo y eché hielo, abandone el vaso y me dispuse a realizar un estudio detallado de la habitación. Absolutamente todo estaba en su lugar, todo perfecto, todo como siempre salvo el espacio que ocupaba aquel Borges boca abajo.
Gire la cabeza, me pase, gire al otro lado y volví a enfrentar mi vista contra la pared.
Decidí mandarle un telegrama explicándole la insospechada coyuntura de su difícil situación y pedirle algún consejo para remediarla en lo posible. Tome el bolígrafo y, después de ensayar infinidad de borradores, me quedé con un escueto:
Usted boca abajo mi habitación. STOP. Caerse cualquier momento. STOP. Medidas urgentes. STOP.
Envié el telegrama, encendí otro cigarrillo y volví a llenar mi vaso de ginebra. No me atreví a mirar otra vez y clave mis ojos en la pared de enfrente. Aquel Borges boca abajo no encajaba por ninguna parte, sin embargo, allí estaba, y a saber desde cuando mantenía esa posición tan radicalmente al revés. Me parecía tan imposible que arriesgué una nueva mirada con la esperanza de que todo hubiera pasado, pero aquel Borges seguía impasible, sin mostrar un ápice de cansancio o aburrimiento; mas bien aquel Borges boca abajo mantenía una postura estática y como arreglándose el nudo de la corbata.
Sin duda alguna había pasado tiempo más que suficiente y pensé que a lo mejor aquel Borges, al tener conocimiento de mis noticias, había vuelto a su posición normal de bípedo que era. Esta vez, antes de mirar, traté de prepararme para el impacto que supondría aquel Borges tercamente boca abajo y emplee exclusivamente el rabillo del ojo. Estaba muy nervioso y un encuentro cara a cara-invertida resultaría de una violencia aterradora. Forcé la vista al máximo, extendí mi campo visual y aquel Borges continuaba boca abajo.
Ya no podía soportarlo más. Tenia que acabar con aquella situación y como aquel Borges no me daba respuesta alguna, actuaría solo. Tome una determinación, respire profundamente, apure la ginebra que me quedaba en el vaso y salte de la silla. Di unos pasos y en-pie-caré a aquel Borges boca abajo. Para ejecutar con mas soltura el plan previsto me deshice de los zapatos. Un impulso preciso y decidido me permitió entrar en su terreno. Poco a poco me fui acercando y con gran esfuerzo mis pies comenzaron a juguetear en la estantería. Las imprevistas cosquillas suponían un obstáculo ridículo y enojoso, pero tenia que continuar. Al fin, exhausto, conseguí colocar el libro en su posición correcta. Satisfecho, iba a adoptar la postura normal de andar por casa cuando recibí el siguiente telegrama:
Usted boca abajo mi habitación. STOP. Caerse cualquier momento. STOP. Medidas urgentes. STOP.
La historia no es circular como la estupidez,
sino una espiral irreversible
Frase Histórica
Quien te lo dijo leré
Letrilla Popular
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