- Aunque me caiga de sueño, pero este tío no va a poder más que yo.
Pedrito, encerrado en la última celda de la torre más alta del castillo, cumplía condena por haber llegado tarde a clase durante cinco días seguidos. Era el castigo estipulado para los tardones, y “El Hueso”, el profesor de Artes de la Inquisición, era inflexible, como no podía ser de otra manera, nadie imaginaría un hueso flexible, y si así fuera habría que ir pensando en llamarlo “el cartílago”.
El castigo consistía en dormir toda la noche, desde la puesta de sol hasta el alba, sin radio, sin televisión, sin conexión a internet y lo peor de todo: sin libros ni tebeos. ¡¡Nada!! La crueldad de El Hueso, era proverbial, como se puede apreciar. El castigo había sido expresamente diseñado para Pedrito, compendio de alma y culo inquietos, quien a sus quince años osaba desafiar a los más altos inquisidores robando largos ratos al sueño, ratos que dedicaba a dejar volar su imaginación entre los muchos cuentos que conocía, y a ratos ya comenzaba a escribir alguno. Este era el motivo principal de su falta de puntualidad en la escuela.
Pero esa noche de atroz condena… no estaba dispuesto a sucumbir, no cedería ni un ápice de sueño acumulado a lo largo de varias noches anteriores. Difícil prueba. Pedrito contaba solo con un abrelatas, y un pedazo de papel, que de tanto dar vueltas en su bolsillo ofrecía ya un aspecto bastante arrugao. Pero Pedrito había visto muchos episodios de McGiver, y sabía que con estos materiales, podía fabricar un dispositivo lo suficientemente potente para mantenerle despierto toda la noche. Se puso manos a la obra. Todo era cuestión de ingenio.
Para Pedro, que me propuso este castigo
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