Me perdí en la niebla,
me perdí en el lisonjero llamado
de mi narcisismo.
Al acabar la vacía imagen de sí mismo,
queda sola una baldía verdad.
Del lugar que parten todos los halagos
a nosotros mismos y al vecino espejo,
se encuclilla nuestro niño ajeno
que espera en el rincón del miedo,
la mano que ame y lo quiera tocar.
Texto agregado el 18-10-2004, y leído por 123
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