Mientras el ginecólogo me revisaba, la conversación se había convertido en un diálogo ameno de hombres y mujeres. Él escuchaba mis palabras nerviosas, afirmando que los hombres llevaban siempre la mejor parte, mientras sostenía su espéculo en la mano y mis músculos se contracturaban más y más.
- Relajate - me dijo con su rostro inmutable, para proseguir con su tarea, a la vez que mis nervios volvían a tensarse. Entonces cerré los ojos:
- Es que los hombres no siempre salen indemnes, no te creas - me dijo - es todo un arte la erección, su permanencia en ese estado y ni te digo conseguir algo como la gente para una relación
- No sé - proseguí casi al borde del aullido - pero lo seguro es que estas molestias ustedes nunca las sufren. Se rió, mientras insistía con su revisación prolija:
- Es que consiguen siempre lo que quieren - añadí, viendo su cabello perderse en la incertidumbre de mis piernas
- No, yo cambiaría tu aseveración; conseguimos lo que podemos - acentuó interesado
- Quizás, pero el dolor en una mujer, es como un karma ambulatorio - Volvió a reírse con sus ojos cristalinos, entrando y saliendo de mi útero adolorido. Y justo cuando la conversación se estaba poniendo interesante, comenzó a descender la camilla y a sacarse los guantes:
- ¿Ya está?- pregunté sorprendida -
- Jajaja, claro, ¿Ahora querías más?, después de tantas quejas - respondió sonriendo - terminamos, ya acabé...
- ¿Sin preservativos? - pregunté jocosa entre las risas -
Después, la charla se perpetuó en su escritorio, café de por medio.
Ana Cecilia.
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