Los monos de cola blanca, albina dirían ellos, eran los únicos que dominaban el arte de trepar a los plataneros. Solo ellos conocían las complicadas reglas, los secretos algoritmos, y los movimientos cuasiortográficos de la artística ascensión.
Abastecían, con regularidad eso sí, las necesidades platanotúales del resto de la comunidad formada en su mayor parte de monos comunes de cola marrón común.
Cuentan que un día, aciago o no, un día como no podía ser de otra manera, un mono vulgus vulgaris osó saltarse las reglas y trepar, con más pena que gloría, a la palmera. Con una trabajosa ascensión primeriza, carente de gracia y arte, alcanzó los alimentos. Magullado y con sonrisa blanca, que no albina, descendió y ofreció, generoso, los plátanos.
Los monos de cola blanca le miraron con un desdén fingido que tal vez ocultaba un miedo sólo por ellos comprensible. Los monos de cola marrón, sin embargo, se limitaron a apedrearle hasta la muerte. |