Era el turno de los animales de carroña, los búhos y las alimañas: la noche. El becario recorrió los pasillos iluminados por una estéril y deprimentemente blanca luz, hacia el laboratorio de medicina forense. Allí, un hombre con bata blanca y máscara azul trabajaba sobre un cuerpo cubierto de tatuajes. Hacia él se dirigió el becario.
-Buenas noches, aquí están los análisis. –dijo.
-Gracias.
-¿Es él?
-Sí, Miguel García.
-Una vida llena de misterio, y el misterio lo acompañó hasta que murió.
-¿Misterio? –susurró el médico, distraído, entre los informes.
-¿No sabes la historia? Fue uno de los casos más sonados de la prensa rosa.
-Ni idea, cuéntame.
-Verás, resulta que el tipo era un hijo de papá, pero qué papá: su padre traficaba con droga, armas, inmigrantes...
-Una joya, vamos.
-Resulta que se casó con una niña bien, una tal Josefina Sánchez. Por aquel entonces se las daba de pijo.
-Mmm, que extraño. –dijo el forense, mirando aún los análisis.
-¿El qué?
-Hay rastros en su sangre de una sustancia fosforescente. Pero no encontré nada en su cuerpo. No murió de eso, pero a la larga le habría intoxicado. Pero sigue, que por ahora de misterio no tiene nada.
-Lo que pasa es que la tal Josefina desapareció sin dejar rastro.
-Ah, sí, algo de eso sí que escuché.
-Pues eso, que desapareció. La familia política le echó las culpas al colega este, pero no había cuerpo ni pruebas. Eso ocurrió hace cinco años, cosa así. Tras aquello, le dio a la droga, y le entró la manía por los tatuajes.
-¿Acabo muy mal?
-Peor no podía acabar. -comentó el becario señalando al difunto. –Después se volvió a casar. ¿Sabes?
-¿Sí? ¿Otra niña bien?
-Ah, no se sabe. Más misterios: aparece una esposa muy joven, casi una niña, de la nada. Él la inició en el mundillo de los tatuajes, y se dice que también en el de las drogas, pero ella apenas ha aparecido en público.
-Pues espero que la iniciara mejor de lo que se inició a sí mismo. Estos tatuajes son pésimos, y de muy mala calidad. En dos años se hubieran convertido en una mancha negra. Bueno, ahora me explicarás lo de los arañazos en los ojos. En ADN dicen que las epiteliales bajo sus uñas son suyas, es decir, que se arañó a sí mismo.
-Esa es la parte más interesante de la historia: se volvió loco.
-¿Loco?
-Me lo contó un colega mío, que trabaja en el psiquiátrico ese que hay en la carretera antigua. Dicen que todo comenzó tras una juerga que se corrió el mes pasado, donde se metió de todo y más. Acabó inconsciente, y tuvo que llevárselo a casa su mujer. Desde ese día parece que tenía insomnio. Cada día dormía menos horas: se pasaba despierto hasta la madrugada, bebiendo café hasta que no podía más y caía dormido. También dicen que apenas parpadeaba, y por eso empezaba a tener problemas en los ojos, y que se pasaba el día con colirios. La falta de sueño lo volvió irritable y ansioso. Incluso algo paranoico. Se daba vueltas por la casa, durante toda la noche, con un termo de café en la mano, para caer dormido en algún lugar apenas dos horas. Finalmente le entró un avenate y comenzó a golpearse la cabeza contra una de las paredes, hasta que se abrió la brecha esa que tiene. Lo ingresaron en el psiquiátrico, pero siguió con sus manías, a pesar de la medicación. Allí en el psiquiátrico llegó a estar dos noches sin dormir, con los nervios de punta, molestando a los demás enfermos. El director tuvo que mandar que le inyectasen morfina hasta que se durmió. Despertó a las once horas con un grito que dice mi amigo le puso los vellos de punta. En mitad del ataque de histeria golpeó a un par de pacientes, se arañó los ojos, y el director volvió a mandar que lo durmieran. El otro se resistió, hasta darle un buen puñetazo a uno de los celadores y romper dos jeringuillas. Cuando le consiguieron pinchar, se tranquilizó. Pero justo antes de dormirse, volvió a abrir los ojos y tras chillar de nuevo se quedó en el sitio.
-Infarto agudo de miocardio, que le mató.
-¿Estás seguro?
-No hay duda.
-¿Qué le pasaría por la cabeza al pobre?
-Por lo que me has contado, puede que tomase más alucinógenos de los que debiera. Una esquizofrenia tóxica o algo parecido, con alucinaciones visuales y delirios de control y persecución.
-¿Por eso no quería cerrar los ojos?
-Creo que sí.

Al día siguiente eran enterrados los restos mortales de Josefina Sánchez, encontrados tras la pared que había estado golpeando su marido antes de que fuera ingresado en el psiquiátrico. Allí estaba la madre, llorando desconsoladamente, mientras su otra hija, Sofía, le abrazaba. La hermana de Josefina vestía un traje negro largo, que a pesar de todo no lograba ocultar los temblorosos trazos verdosos de varios tatuajes.
-Tranquila, -dijo Sofía a su madre. –ahora descansa en paz. Ahora que se ha hecho justicia.

Si los ojos de los muertos pudieran ver una vez les abandona la vida, los ojos de Miguel García pasarían la eternidad viendo lo que trazos de tinta fosforescente escribía en el interior de sus párpados. Una sola palabra: asesino.