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Gabriel dice ser un lodazal que todo lo toca y se hunde en él. Nada se salva ni jamás se recupera. Qué suerte tiene Gabriel: yo soy aire quizás. Estoy solo, rodeado de nada que me afirme, de nada que diga “esto es”. Corremos a la verdad para afirmarnos, yo lo sé muy bien eso. Sin la verdad, sin el pensar comienzo a desvanecerme, a hacer ausencia, y queda algo de mí que percibe muy vagamente. Tal vez Sábato podría explicarlo con más calma, pero yo no soy Sábato. Pruebas: 1) No me llamo Ernesto; 2) No escribí Sobre héroes y tumbas; 3) No entendí Sobre héroes y tumbas lo que vendría a reforzar que no escribí tal novela, porque si la hubiese escrito y no entendido la habría borrado, y si la hubiese entendido por completo estaría ella en mi mente y podría dudar con legitimidad el origen de tal historia; 4) En cuanto a El túnel, me gusta el mensage pero detesto al personaje principal por un motivo que se le escapa o no le importa a la mayoría: es suma e injustificadamente violento, y lo que hace la mujer no me parece en lo más mínimo terrible.

Pero no siendo Sábato quien les escribe, trataré de explicarme lo mejor posible pero sin pretender ser tan claro como este que vino a no ser yo cuando más necesitaba ser él. También sería útil ser Borges o pedir prestado por lo menos su incomparable precisión. En cuanto a mí, explicar esto me mantiene siendo yo, dejando de ser aire por unos instantes por lo que no me detendré debido al peligro de desvanecerme dejando esto a medias y que la policía se enloquezca buscándome vanamente.

Mi soledad no es física, por lo menos no es la que me preocupa, pues es cierto que no tengo a nadie en lo que los términos vulgares denominan compañía amorosa física, pero ya hace tiempo no creo en varias cosas entre ellas el sexo, el tiempo, los sandwiches de miga, las películas, el movimiento, las medidas, el espacio, la ubicación, la posible extinción de la banana, el amor, etc. Mi soledad es densa e insoluble, nada puede penetrarla, a veces ni yo mismo, mis sentimientos no violan la hermeticidad de mi espíritu y no sé qué siento, pero la traidora Atención, ni bien he dicho algo que no debo, se deja tocar por las emergentes burbujas de culpa y lástima que efervesen en mí. Pero no es la culpa la que me ocupa, es mi ausencia. Mientras no pienso, siento el desvanecerme, el perderme, y en esos momentos en que más necesito de ella, la verdad se me aleja. No, en realidad se me aleja mi pensar y con ello me distancio de la verdad que no necesita afirmarse todo el tiempo, pero nosotros necesitamos hacerlo para mantenernos creyentes en nosotros mismos. Y mientras todo esto se da en mi interior nada es más oportuno que las preguntas exógenas de qué te pasa. ¿Acaso estas palabras pueden salir de mi boca sin violar las leyes del sentido común (que dictan: no harás análisis metafísico ante no iniciados), sin terminar en un hospital psiquiátrico? Es cierto que mi peor enemigo es mi coherencia, mi sentido común aun cuando las palabras previas que he dado en escribir insistan en negarlo. Yo soy el enemigo, soy lo que no quiero pero sé que debe hacerse.

Los que están al rededor no cooperan, y no pretendo desde mi condescendencia que lo hagan: ¿cómo podrían tirar puentes hacia mí si no me ven y si no pueden hacerlo hacia ellos mismos? Le dije a alguien “el destino es pasado” y se horrorizó. Tonto yo que pretendo que algo así me salve. Al revés debería yo intentar afirmarlos y luego acercármeles y decirles “calma, no se preocupen. Ahora son sin lugar a dudas”.

En esta soledad sin puentes, en la que la realidad no puede no estar en la otra orilla, tengo un pase gratuito a ataques de pánico, en los que todo sale de perspectiva sorprendiéndome yo mismo luego de las cosas que he pensado, y no por su error, pues no yerran, sino por su desproporción y su lejanía con “lo apropiado”. Mis ataques de pánico se deben a la conexión íntima e interactiva que poseo (poseemos) con la Toda Posibilidad, jamás obediente, contradictoria ad infinitum, que lleva al escándalo a más de uno tan sólo por no estar lo que podría. Mirá, ahí. Sé que no, pero podría. Escándalo. Después de todo, esto es pasado, esto es memoria.

Mientras no estoy atento a la verdad, mientras no la sostengo no por caridad sino para asirme de algo, me vuelvo aire que se pierde, que deja una ausencia de no sentir pero apenas recordar, apenas hacer. Ese aire es invisible a los demás, lo adivinan en medida que necesitan tratarlo. La soledad que nos vuelve nada es la que nos separa de los nosotros.

Texto agregado el 17-10-2004, y leído por 168 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-03-2007 Vaya monológo. Me agradó la claridad y el uso de los autores. Muy bien. lio_mendez
04-01-2005 vaya niño ya deje de estar filosofando que se va a volver loquito. mejor piense en mujeres o la complejidad de los chips electrónicos... no apues así no sale de nada. mejor no piense. Desleal
18-10-2004 para mi, estar sólo es la imposibilidad de comunicarse realmente ¿o no nos sentimos llenos del otro cuando nos comunicamos, cuando nos entendemos? magaurora
 
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