Dos deducciones.
1. Cuando el ferizo me albiró el narjo me madré sobre el terreno y fajé recio amagando el cote: “Vos me estás albirando el narjo y a mí ningún maraje me albira el narjo”. Pero el ferizo alumbró como si nada una mella de oro y me largó: “Entonces yo no soy maraje”.
No me ragué, compadre, no me ragué. Vos sabés bien que ningún maraje me albiró jamás el narjo. Nomás que el ferizo me salió filósofo y yo siempre fungí mis predicados con fundamento. Que lo primero es la lógica, compadre, y después el mergue. (Verdadero lógicamente)
2. Cuando entramos el narito esmolía la cofa. Y mi hermana Naiga salió chillando: “¡El narito penira, el narito penira!” Pero el taina le pordió la güerpa de un tute y le morrió: “¡Naiga, no cementes chupinadas! ¡Nadie que penira puede esmoler la cofa!”
(Falso lógicamente)
Inducción.
(Sobre la imposibilidad de una verificación completa de los argumentos inductivos)
El recito me lo pensuró el tonso una noche vinada bajo la cartela:
«No sabés de las noches que repuré la goifa.
Repuré la goifa una noche, diez noches, cien noches, mil noches... siempre amurando la estopa bajo triste fanal.
Y la goifa nunca enviló el tuerto de la arcada. Hasta que, pues, me dije: “No más goifa, mijo, no más repurar la goifa que no ha de envilar el tuerto de la arcada y no más triste fanal”. Y aquí me tienes, mijo, vinando noche tras noche y oscurando las horas de mi juripa hasta que ya ni Dios me esquipe.»
Y cuando enfilaron al tonso bajo la losa una mañana sobria de carabos y fuimos la dorda seca a vinar –no me lo creerás, vos que sos algo monsergo y te linfa la chufla empirista-, pues allá que vimos la goifa envilando el tuerto de la arcada. ¡La mismísima goifa personada la mismísima mañana que enfilamos al tonso! “Vos sabés –morrió el Changojo musitoso-, nunca se acaba de falsar con esto de lo inductivo”.
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