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La muerte de Don Luís

La calle esta opaca, sucia, hostil. Las siluetas imperfectas de un reducido gentío, que a lo lejos hacen gestos y movimientos exagerados para paliar el frío, acompañan las miradas del piloto y el copiloto del viejo y oxidado Fíat 147. Esa gente y el olor marino de la noche, les da a los ocupantes del auto la tranquilizadora sensación de no encontrase en un pueblo fantasma o un capitulo de dimensión desconocida, por que el ambiente físico, así lo amerita. Esa idea, casi cinematográfica, se vino a la mente del copiloto que se llama Roman y acompaña a su mejor amigo que es el piloto, y se llama Arturo, a un realizar un favor pedido por el padre de este último.
“Ve donde don Luis a la salida del puerto, sabes donde es ¿cierto?, necesito que me traigas unos kilos de jibia y...”
Arturo no alcanzo a escuchar la última parte de la arenga porque ya sabia de que se trataba, tomo las llaves, sus documentos y se abrigo. Primero que todo paso a comprar una petaca de pisco y fue a buscar a su amigo e inolvidables veces su copiloto. Al llegar solo le toco la bocina un par de veces y Roman ya estaba arriba del auto.
En el verano ese tramite fue muy usual, el chicharreo de la vetusta bocina, la cabeza de Roman asomada en la ventana pidiendo unos segundos de espera, que generalmente Arturo ocupaba para buscar una canción en la radio acorde con la situación. Luego a la playa, fumar, tomar, mirar la puesta de sol y esperar que algo cambiara la rutina del próximo día.
Esta vez era diferente, estabamos en un frío otoño y la rutina importaba poco desde que el papa de Arturo había vuelto. Consumieron la botella, fumaron unos cigarros, conversaron de mujeres y de la vida; esperando que la noche estuviera instalada totalmente en la ciudad.
La gente que hace un momento se veía lejana, ahora esta a una distancia mínima, palpable, porque el auto yace estacionado a un lado de la cuneta que don Luis transforma en su negocio todas las noches, con su carrito y sus pescados esperando a los clientes que ya saben que en esa esquina don Luis vende el pescado más fresco de toda la caleta.
Cuando los dos jóvenes se plantaron frente al carrito atestado de pescados, había un señor con sus hijos pequeños comprando sierra. La esposa de él estaba embarazada y uno de sus innumerables antojos era comer de ese espinado pez, además ella lo cocinaba con una receta de familia, esas secretas, y le quedaba con un sabor especial. Así, lo que en un momento era simple antojo de su mujer, se transformo en la cena de esa noche, la cual disgustaría con sus niños que se peleaban por quien se iba en asiento de adelante con su padre, mientras él discutía con don Luis sobre fútbol y cosas de caballeros.
Aparte de aquella familia y don Luis, había dos tipos, que Roman se encargo de mirar fijamente verificando que oportunidades tenían. Ellos se sintieron incómodos con la penetrante mirada de aquel joven que no tenía mayor interés en los pescados.
Arturo, en cambio, miraba y tocaba, tratando de adivinar que peces eran, pero sin meditarlo mucho interrumpió la conversación de don Luis y el señor de las sierras...
-¿Mira las noticias, don Luis?. Asombrado con la pregunta el hombre no supo que responder y tampoco Arturo le dio mucho tiempo y replico -¿Lee si quiera los periódicos con los que envuelve los pescados?.
-Claro hijo, por que me dices eso.
-Yo no soy su hijo, don Luis, pero quiero comentarle algo si no le incomoda... será corto, no le quitare mucho tiempo.
Don Luis afirmo con la cabeza, no entendía que quería, ni quien era. Los hombres que Roman miraba ya se estaban exaltados, por que nadie es santo y los pacos aveces se disfrazan para cagarte, eso mantenía a los dos tipos inmóviles, nerviosos, apoyados en una pared como si esta se fuera a caer.
El señor de las sierras vaciló en irse, pero prefirió quedarse, aún tenía tiempo y la conversa con don Luis estaba interesante.
-Hace unos meses hubo un incendio en la cárcel de Iquique, ¿se acuerda?, ¿Lo sabe?. Don Luis nuevamente dio el sí sin emitir palabras y Arturo siguió. –A raíz de eso y el jubileo del 2000, la iglesia le pidió al gobierno que perdona a los reos de baja peligrosidad, tal como Jesús perdono a Judas. ¿ Me capta?.
-Eso lose, por que me lo dice. Don Luis tenia miedo, sus ojos lo delataban, su boca estaba seca.
-El gobierno de Chile opto por ello, para descongestionar las cárceles y soltaron también a los reos de tercera edad, y mi padre ya es un hombre viejo...
Don Luis recordó de inmediato la operación Jibia, que hace 12 años atrás le permitió exculpar sus delitos, a cambio de dar nombres, uno de esos nombres esta al frente suyo, en una forma más joven, pero de la misma sangre y una mirada con más odio. Un odio que no veía desde antes de dedicarse a vender pescados. Don Luis sabia lo que ahora venia.
Sonaron 7 tronaduras, dos dieron en don Luis lanzándolo lejos y olvidado en medio de las dos calles. Roman disparo 4 balas que dieron muerte a los hombres que fueron meros espectadores de la discusión y no soportaban el sarcasmo de la mirada de Roman. A esa altura habían sacado en vano sus mariposas y navajas.
Siempre queda una bala mágica pensó Roman cuando salto el cuerpo del hombre de las sierras y se subía velozmente al auto junto a Arturo. Siempre hay inocentes en las guerras, exclamó para si mismo; mientras por el espejo vio a los niños que corrían a ver que le había pasado al papá.

Texto agregado el 16-10-2004, y leído por 133 visitantes. (0 votos)


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