A Mirta Albina (la gringa) que acaba de perder a su madre.
Ella amaba los grillos y a los escarabajos.
Cada mañana cuando se levantaba en su vestimenta no faltaba un delantal con amplios bolsillos en donde había una infinidad de cosas útiles y otras no tanto, no faltaba jamás caramelos para regalar a sus niños, ya nietos, y a los niños de las casas vecinas de los que era amiga incondicional.
Era una mujer de baja estatura, de rostro moreno, moreno como morena es el color de los ancestros de nuestro continente y sus rasgos también era casi el mismo de aquellas mujeres que abundan en esta parte del planeta, sus cabellos blancos contrastaban con el color del rostro, ternura y paz en los ojos, de sus manos surgía ese sentimiento de fraternidad que entregan aquellas personas que durante toda su vida han sido seres honestos, gente sin dobleces y de mucha dignidad, y con dignidad esperaba el fin de su paso por este mundo.
Los niños le llamaban “la abuelita de los pololos (1)” ya que cada vez que ella se encontraba frente a uno de aquellos insectos de color verde o por casualidad de algún grillo perdido en el día, lo tomaba y metía en algún bolsillo de su delantal, nunca se le vio maltratar a ninguno, pero, tampoco se le vio que hacía con los insectos que guardaba en sus bolsillos.
Cuando los niños le preguntaban “guelita ¿Qué hace con los pololos?, ¿Para qué los mete en los bolsillos? Ella contestaba lo mismo siempre.
- Hijo, “ellos deben vivir el tiempo que su Dios les dio para volar en la tierra y a los grillos, para que canten todas las noches que deben cantar, a mi cada noche vienen y me cantan una serenata”.
- Los llevo a mi casa y los coloco en el jardín para que se defiendan y alimenten.
Sólo que nunca los niños vieron en el jardín de la “guelita” algún insecto de los que guardaba en sus bolsillos. En el barrio en donde vivía la abuela, los vecinos y los niños dejaron de matar a los insectos y muchas veces los menores cuando encontraban alguno por allí, con sumo cuidado lo tomaban y los guardaban para “el jardín de la guelita de los pololos” así que al verla caminar corrían donde ella y se los entregaban, ella les regalaba un caramelo.
Tenía hijos mayores, ellos poco a poco y en la medida que crecían emigraban a las grandes urbes a buscar mejores horizontes, el pueblo en donde vivía la guelita era de esos pueblos que nunca se modernizan, de aquellos que la gente se saluda cada vez que se encuentra saludo que tampoco es negado a los afuerinos.
Sólo una hija quedose a vivir con su madre, estudió en una escuela normal y se hizo maestra para educar a los niños de su pueblo, esta hija le dio un nieto que como el resto de los niños amaba a “la guelita de los pololos” pero, la quería aún mas ya que era su propia abuela, madre de su madre, pero, el niño tampoco nunca supo que hacia la guelita con los pololos que guardaba en sus bolsillos, ella le decía lo mismo que al resto, “deben vivir su tiempo, y los grillitos me cantan cada noche”.
- “Guela – le decía el niño- pero, yo no oigo a los grillos cantar”
- “Hijo, es que te quedas dormido antes de que ellos lleguen a tocar la serenata”.
- “Si, pero yo espero re hartooooo, para oírlos, y nunca me cantan”
- “Eres dormilón, por eso no los oyes, cuando crezcas los oirás, así que solo espere mi niño lindo”
Una mañana de primavera, la que había llegado cargada de flores y nuevos
Pajarillos, la hija preparó el desayuno para la familia, llamó a su marido y a su hijo, también toco la puerta de la madre, pero, esta no contestó, la hija pensó que dormía tranquilamente, y no insistió, pensando “la despertaré antes de irme” desayunaron, el café con leche con las tostadas con mantequilla y queso, el hijo colocó su colación en su mochila y esperó a su madre.
“Madre, nos vamos, desayuna” más la abuela no responde.
La hija, ahora se preocupa ya que nunca la madre se ha levantado tarde y entra a la habitación de su madre, los ojos están cerrados, hay una paz inmensa en su rostro, su cabello reluce en su blancura pareciendo a Los Andes en día de sol luego de una nevada, sus manos sobre sus cobijas, a hija mira y ve que su madre no respira, “Mamita” ahora habla fuerte, más la madre no abre sus ojos. La maestra teme, se acerca con temor, llega a su lado, se sienta y caen dos lagrimas de sus ojos, su madre no respira, acaricia su rostro, toma su cabello, besa su frente, sus lagrimas caen en el rostro de la madre, se levanta y lentamente camina hacia la puerta, su marido y su hijo ven sus lágrimas, sólo dice “se fue” su esposo la abraza y acaricia, el niño corre donde su guela, su mama, la abraza, la mueve, le habla, le grita pero la anciana ya no está en este mundo, llora desconsolado el niño, hasta que sus padres lo sacan desde la cama y le lleva al patio su padre, habla con el niño, rata de explicar lo que el hijo no logra entender, pero, poco a poco se calma.
“Donde se fue” es la pregunta del niño, su padre intenta una explicación mas no logra hilar palabras cuerdas, así que solo puede decir a su hijo.
“Ella amaba también a su Dios, así que se Dios la ha llevado a que le acompañe para cuidar los animalitos en el jardín que tiene en el cielo”
Hubo tristeza en el barrio de la “Abuela de los pololos” por su muerte, a su casa llegaron miles de flores, espigas de trigos y de avena, flores de los maíces que aun no maduraban sus mazorcas, no faltaron ni los cardenales ni las rosas, ilusiones y violetas, jazmines y laureles, y mientras se esperaba el instante de llevarla a la tierra se oyó cantar a los gorriones y jilgueros mas bello que nunca.
La maestra, su marido y el niño, junto a los otros hijos y nietos que llegaron de la gran ciudad acompañaron a la madre hasta la tierra, el pueblo enmudeció en ese instante y la mayoría estaba allí, alguien llevó una guitarra y cantó la canción que antaño fue la que mas le gustaba a la guela, el nieto con los suyos quedaron hasta que ya no había nadie en el sector, lentamente y en paz se retiraron a su casa descansar.
La maestra esperó dos semanas antes de regresar a la sepultura a saludar a su madre, cortó del jardín muchas flores y tomando de la mano al hijo salieron juntos, caminaron el trecho desde la entrada del camposanto hasta donde descansa la madre, allí a la maestra casi muere de impresión, sus ojos y los de su hijo quedaron mudos ante el espectáculo que vieron.
“Mami mira ahí están, son los que cuidaba la guelita”
La madre tomó las flores y las dejó en la sepultura vecina yaz que no quiso entorpecer el paisaje que veía y que era lo más hermoso que sus ojos iban a ver en toda su vida.
Todo el rectángulo que ocupaba el cuerpo de la “abuela de los pololos” parecía un jardín de verde prado, era un verde que ondeaba, verde moteado de grises en algunas partes, en el espacio que ocupaba la guela, había miles y miles de escarabajos y grillos.
Glosario.-
1.- Pololos. Escarabajos.
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