Cuando el tío se vino a vivir a la casa después de su accidente, se quedaba todo el día encerrado en el cuartito. Para ella ir a verlo era de aquellas prohibiciones que sin ser dichas, se respiran en el aire. Su familia poco a poco ganaba terreno en la casa y para cuando él llegó ya se había apoderado de la mitad oeste, asegurándole a él un lugar apto para su lenta recuperación. Un estrecho patio empedrado separaba los dos bloques y era utilizado para tender la ropa recien lavada y al fondo crecía un parral rodeado de relucientes granadas.
Cuando Coquina, niña del bloque este, quedó sola en el cuarto, salió en seguida en busca de algún alma, no consiguiendo ninguna en el este, (sólo rumores en el cuartito del fondo), se quedó pensativa un instante, luego cruzó con premura el diminuto patio y abrió con cuidado la chirriante puerta del tio, se acercó arrastrando sus clancletas y conteniendo la repiración mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad...