Esa noche sus papás habían salido a otra de esas comidas importantes. Tan elegantes como siempre, y nosotros, también solos como casi siempre.
Apagamos las luces, pusimos un poco de progresivo y me recosté en su pecho. Comencé cerrando los ojos y acariciando su cabello; ya era obvio lo que tendría que pasarnos esa noche. Ocho treinta, y continuábamos así, abrazados, tierna y calurosamente. Era ese el lugar más perfecto en toda la Tierra, en todo el universo y el todo el sistema planetario de mi existencia. Para mí, las horas deberían haber pasado así por todo el resto de la vida y eternidad que nos quedaba.
Era obvio como sería el curso de los hechos. La situación siguió tan mágica como de costumbre. Al cabo de un rato, ya sentía su cuerpo sobre el mío, esa aplastante sensación de su metro 85 sobre mi cuerpo de metro y medio y seis centímetros, esa sensación que es tan única; eso de sentir su respiración mezclada con la mía y su cuerpo unido al mío, literalmente unido y pegado al mismo, literalmente formando un único ser llamado Amor.
Los segundos fueron como siempre, mágicos, magníficos y eternos.
Continuamos abrazados, yo con mi cabeza en su pecho, con las ganas de amarlo por siempre, con la esperanza de que el tiempo nunca se acabara. Lo amaba, y por seguir teniéndolo, hubiese dado mi vida.
Fue entonces cuando él, aprovechando la soledad de su casa, y que sus papás habían salido en el otro auto, tuvo la pésima idea de salir a dar una vuelta.
Nos subimos al auto, y salimos por el portón trasero. Las calles, como sábado en la noche, estaban relativamente transitadas. Su mano en la palanca de cambios fue acariciada por la mía.
- Te amo demasiado mi bebita pequeñita- decía él, mientras yo con mi característica sonrisa le decía que yo igual.
En el cruce de esa calle, él me miró, sonrió y nos besamos; olvidándonos que conducíamos un auto y olvidándonos del resto del mundo.
Ese beso se apoderó de todos nuestros sentidos: gusto, vista, olfato, tacto y audición. Éramos sólo Amor, y desaparecíamos así del planeta.
La bocina de aquel camión que nos chocó de costado en el rojo de nuestro semáforo, nos bajó a la Tierra, e hizo que nos hundiéramos, aún más profundo que ésta.
Recuerdo unas luces, iluminándolo todo, sobre el Ford, luego la presión de unos fierros retorcidos sobre nuestros cuerpos; y luego lo recuerdo a él en una camilla en la que yo lloraba intacta a su lado. Él parecía no reaccionar, parecía ido, y lo veía sangrante…
-Te amo mi niño… Te amo- Repetía yo- Recuerda eso, recuerda que te amo, recuerda que acabamos de hacer el amor.
Luego de una hora, yo lloraba en el pasillo de ese maldito hospital con olor a acetona, vi llegar a la señora Eliana, con el traje de fiesta y su impecable maquillaje maltratado ahora por las lágrimas. Se me acerca y sólo me abraza, comenzamos entonces a llorar juntas. Don Antonio, siempre como buen uniformado, siempre tratando de hacerse el fuerte, sólo me miró, caminó unos pasos y entró a la sala donde lo tenían a él. Al salir, eso de hacerse el fuerte, ya no le sirvió de nada.
-Me dicen que Andrés ha muerto, no reaccionó después del accidente… ¡¿Entiendes lo que es eso?! ¡Ya no tendremos más a nuestro Andrés!
(…)
Lloré, creo que 500 noches. Después de pasar el tiempo, creí que nunca escribiría esto. La noche 501 no soporté el llanto y la culpa de aquel beso. Quería estar con Andrés, con mi Andrés.
Las pastillas me adormecieron rápidamente, nunca antes había tomado tantas… Siempre pensé que así sería la única forma de volver a verlo a él; aunque pasa el tiempo, y aún continúo buscándolo. Aquí no tengo ninguna manera de llamarlo, si tan sólo él supiera que estoy aquí abajo, no dudaría un segundo en bajar conmigo. Sé que de todas maneras, aunque sea vagando por la eternidad del tiempo y espacio, si estuviéramos juntos, sería un paraíso para ambos…
¿Recordará él que hicimos esa noche el amor?...
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