Me miraste con miedo e impotencia. Yo estaba tirada en tu cama con las sabanas en desorden, aún conservaba la falda, pero el sostén solo cubría uno de mis pechos. Tus manos temblaban y tu labio sangraba un poco, pero aun así sabía que sentías el sabor de la sangre caliente dentro de tu boca. Soltaste la almohada que mantenías entre tus manos y te sentaste en la cama, muy cerca de mi cuerpo. Me levante lo suficiente como para alcanzar a tocar tu mejilla, cerraste los ojos al sentir el contacto, te inclinaste lentamente y me besaste con delicadeza, jugaste con mis labios hasta que lograste, por fin, que se abrieran. Ahora era yo la que sentía el sabor de tu sangre, era yo esa mujer que estaba tirada en tu cama medio desnuda, incitándote con la mano sobre tu muslo. Cierto, tu no me conocías así, nunca se te ocurrió pensar que podía llegar a tocarte como lo hacia en esos momentos, que podía guiar tu mano por entre mis muslos enseñándote como tocarme.
Me levante lentamente y me saque el sostén, comencé a bajar el cierre de la falda a medida que caminaba hacia el baño, me seguiste ansioso. Logre que te colocaras a mis espaldas, recuerdo vagamente que tome tus manos y me las pase por todo el cuerpo, dedicando tiempo en el bajo vientre. Sentí como se tensaban tus músculos y como respirabas calladamente sobre mi cuello. Cerré los ojos cuando me tomaste en brazos y me llevaste a la cama, suplique con mis gemidos que me abrazaras fuerte, que te fundieras en mi.
Bese febrilmente tu cuerpo, vague por lugares que hasta tu mismo desconocías, respire en tu cuello, hable en tu oído palabras que no repetiría nunca más en mi vida.
Me sentiste pura, me sentiste única… ¿sabes por qué lo supe?, porque yo te sentía así en ese momento.
De pronto desperté desesperada, abrí los ojos despacio, te vi con la almohada entre las manos, pero no vi la sangre de tu labio, toque los míos y gemí de angustia al encontrarlos heridos, me vi a mi misma vestida solo con la falda y con el sostén a medio sacar… .
|