Hoy me acordé de ti como ya no lo eres.
Como no has sido nunca o sólo de un tiempo a esta parte;
no lo sé.
Ya no sé el color que amabas al clarear el alba,
ya no sé tu piel desnuda jugándome en las manos.
Ya no sé nada,
todo lo he perdido.
Sin embargo, hoy recordé que eras fuego y pleno mayo,
la noche entrando líquida por la ventana,
la noche desbordante,
la tibia, bien oliente;
eras la humedad oscura entre mis sábanas.
Eras del, mismo modo, mi moldura,
mi cuerpo entre tu cuerpo,
colmena en mi necesidad de oso hambriento;
eras el ruiseñor, rosa y espina.
Eras, de otro modo, lo extraviado,
lo que se evade, se oclusa, se arrincona;
eras la brevedad en los sentidos
y, de la eternidad, minha saudade,
pero, sobre todo, eras mía.
Eso, un poco más, y lo he olvidado,
quizá por la razón de no haberlo sabido
nunca, todo nunca,
nunca nunca.
Entonces me acuerdo de ti,
la otra que no eres,
mientras por última vez te digo adiós,
como otros tantos últimos adioses. |