Ser un niño dentro del mundo del calzado tenía sus peculiaridades. Qué adquirían un poder dramático en navidades; cómo la que viene de camino. Y era que los seis días laborables borraban el descanso. Pero aclaro que en mi caso los viví en tiempo de la niñez y la adolescencia. Imaginándome que con los adultos era un royo más complejo.

Y, aunque, mi tiempo en el taller coincidió con la apertura que dio, el que los zapateros fueran los dueños del taller, no cambió mucho el ambiente de los aprendices. Por el tema de la escuela, el instituto, la misa, el deporte, estar con los otros niños del vecindario, la matinée y ser parte de un combo.

Pero cuando la navidad era como la que sé aproxima(en medio de la semana), la cosa sé tornaba más estrecha. Sin embargo, el sobre entregado con unos pesitos dentro, no era mi alegría del 24 de diciembre. Porque mi locura era una fundita crema. Contentiva de una ramita de uvas, una manzana, un papelito con algunas golosinas y una botella de moscatel gladiador.

Fundita, cuyo protocolo era que fuese abierta en el ambiente familiar. Para mi terrible porque siempre la botella era un elemento de otra ruta. Más, el sobre del salario, no toleraba la equidad del balance justo en la contabilidad familiar. Y, no sé, pero el niño no lo es tanto a la hora de los inventarios.

Pero lo malo de hoy fue lo bueno de antes. Por lo inmenso de la espera por la bolsa con frutas y dulces. Y qué ahora con muchas frutas y dulces, el paso del tiempo es, por lo de veloz, un caballo desbocado. Felicidades a mis zapateros de aquella época. ¡Y eterna paz a los que están en otro plano!