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Inicio / Cuenteros Locales / joeblisouto / EL DESPERTAR DEL SIERVO

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El hombre de rostro pálido y ojos que alumbran a quien le mira subió al auto. Le esperaba una carga lejana; una ruta de dos días. Antes de encender el motor, cumplió con su liturgia: bajó de la cabina, tomó un poco de agua y limpió los vidrios. Sabía que viendo más claro se aprecia mejor el destino.

A sus cincuenta años, con la vida repartida en dos familias, acomodó dos fotografías en el tablero. En la primera, una mujer de lentes y cabello negro, con un rostro que sabía a miel, junto a dos hijos. Él sonrió. En la segunda, una madre rubia y delgada, de cabellos de oro, junto a un niño de ojos azules. Ambas le amaban. ¿Le poseían? No lo sabía, pero él las amaba a ambas.

Encendió el camino. Disfrutaba la soledad y partió de noche, cuando no hay más sonido que el silencio. La pista era una promesa de asfalto negro y líneas blancas; pequeñas casas a los lados que parecían mirarle por última vez.

En una parada, recordó una escena de hotel: una pareja joven discutiendo. Ella le gritaba y le golpeaba; él, con el cuello agachado, subía en silencio a la habitación. El chofer sintió entonces el peso de sus propias ataduras. Pensó en las parejas como nudos difíciles de soltar; nudos que se aprietan hasta que las fuerzas se agotan, como la gasolina de su motor. Miró su reflejo en el espejo: era una cara sin cara. Tenía todo —ojos, nariz, boca— pero le faltaba un gesto. Cuando sonreía, lo hacía solo hacia adentro.

Pasaron las horas. De pronto, sintió la necesidad de parar. La carretera estaba desolada, sumergida en un silencio absoluto. Bajó del camión, se cubrió con su casaca y se sentó sobre una piedra a mirar el cielo. Y el cielo, por primera vez, le devolvió la mirada.

El aire trajo un sonido distinto, un bufido de corcel. El tiempo se detuvo. Entre la oscuridad, un ciervo se le acercó. El animal rasgueó la tierra con sus patas y movió la cabeza en un lenguaje antiguo.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó el chofer.

Se puso de pie y se acercó a la bestia. Tocó su nariz fría, sus cuernos enormes y su pelaje áspero. El hombre abrazó al animal y cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió, estaba abrazando la piedra fría sobre la que se había sentado. La mañana empezaba a clarear.

Caminó hasta la orilla de un lago cercano y se miró en el agua. Por primera vez, vio una expresión en su rostro, un gesto vivo. Comprendió entonces que el sueño lo había absorbido para siempre, pero para despertarlo.

Corrió al camión lleno de una alegría nueva. Tomó las dos fotografías y las lanzó por la ventana. No era un acto de olvido, sino de liberación: había soltado la cruz de su memoria. Iría a verlas, sí, pero para darles su tiempo y su amor, ya no su carga.

Encendió la radio y empezó a tararear. Sacó la mano por la ventana para tocar el viento, sacó el rostro al sol y, por fin, sintió su propio ser. El camino seguía siendo el mismo, pero ahora lo recorría un hombre distinto.

Texto agregado el 21-12-2025, y leído por 6 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-12-2025 Me ha gustado mucho tu escrito, a veces se necesita un poco de soledad para ver con claridad. Saludos. ome
 
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