A Claudio de Alas, el último poeta maldito
Si te arrastró la mórbida pavura
lo sabe solo Dios y tu esqueleto;
pues tu carne, trocada en levadura,
desmenuzó su imagen por completo.
Sabe Dios si moriste para asir
la lividez de sus restos allí abajo,
donde aquello que omitimos describir
a la misma Melpómene sustrajo.
¿Te fundiste en el polvo del pasado,
te disolviste todo, te inmolaste
para alcanzar su cuerpo amortajado,
para vivir su muerte, te mataste?
Tu esqueleto lo sabe y solo Dios,
nadie más lo sabrá: no cabe duda
que aunque griten, abajo, ustedes dos,
aquí creemos que la tumba es muda.
Se dibujó en su cuerpo la belleza
y te marcó por siempre, fue indeleble.
Así como grabaste en tu cabeza
su ataúd en la sala, como un mueble.
Poco después del más sentido pésame,
contemplaste, nostálgico, su rostro...
¡En su boca el recuerdo de algún "bésame",
y en sus senos lo virgen del calostro!
¡Qué joven te dejó! Para un poeta
(que siempre es más mortal entre mortales)
la tumba no es el fin, es lo que reta
a no dejar los campos sepulcrales.
Y a parir entre lápidas luctuosas
algún verso de sombra, andrajo y tierra,
que huela a flores mustias sobre fosas,
a un fuerte olor a bosque que se aserra...
El último de todos los malditos,
como lo fue Rimbaud, Claudio de Alas,
no volaste hacia cielos infinitos,
sino a apretado infierno, sin escalas.
Te pusieron tan cerca de tu amada
que el tiempo insano confundió lo muerto
en una sola carne agusanada,
como dice la biblia, así de cierto.
Tus manos en sus manos, como otrora,
su cabeza en tu pecho, como antaño
cuando la luz primera de la aurora
les traspasaba el alma tras el paño.
Solo que ya no existen cortinajes
ni sol que los descubra como entonces,
solo la oscuridad, ya sin ambages,
la anónima penumbra bajo bronces...
intimen gravemente, no cohíba
algún prejuicio vivo el bajo enlace...
Nunca acaten lo que nos rige arriba
hacer que nuestro instinto se disfrace.
Escondemos pasiones (¡qué patéticos!)
tras puertas y vestidos y encofrados...
¡Abajo son veraces, son auténticos,
tan descarnadamente descarados!
Abajo no hay pudores virginales,
no hay celos abusivos ni abstinencia...
¡Tan solo los resabios viscerales
de dos cuerpos perdiendo su apariencia!
¡Volviendo al polvo eterno, a la matriz
de tu maldita musa enamorada,
a esa gran expresión de ser feliz
en el abrazo frío de la Nada!
L.G.C.
|