Fue una idea que nació con la opinión de mi médico familiar. Cuando me aseguró que mi queja de ver bolitas móviles, negras y no perseguibles, podría ser el principio de una ceguera total. Entonces, comencé a mirar las cosas con carácter de despedida.
Y mejor no pudo haber sido el ensayo. Sí, porque imaginé lo que sería ver lo visto usando solo el cerebro. Con, también, el encantador privilegio de concebir las formas de lo que jamás vi. Lo cual sacaría del escenario las opiniones ajenas. Tan eficaces, como son, para alterarlo todo.
Pero cavilaba hondo cuando empecé a reconsiderar la opinión de un amigo. Quién pone en duda, qué la luna esté tan lejos. Ya qué cuando sube a un avión no puede verla. Sin embargo, dice que eso no pasa sí la observa situado sobre la tierra. Afirmándome, además, que una vez dentro del aeroplano, nadie le puede probar que la nave se esté moviendo.
Y hasta me afirmó su duda con respecto a la distancia que se dice hay entre NYC y RD. Esperando, él, qué pronto sé desenrede ese andullo. ¡Qué paren ya de mentir! Y que por fin le digan a uno la verdad. Porque las tres horas de vuelo son una gran falacia.
Pero volviendo al problema visual mío, delatado por el doctor, podría abrirme a ‘ver’ el universo de otra manera. Ó, replantearme sus consecuencias a la luz de lo que afirma mi amigo. Contentándome, con lo nuevo, de no volver a ver lo poco que he visto.
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