Me gusta mirar el vaso medio lleno, si hay algo que siempre me ha salvado es el inquebrantable optimismo.
Tengo al menos un mes para estar en mi casa disponiendo de mis tiempos y mis actos, decidiendo en qué quiero ocupar mi tiempo o, simplemente, dejarme llevar sin tomar decisiones, tomar asiento y observar (o no) tomar consciencia (o no) de la forma en la que transcurre el presente.
La semana pasada se quedó mi madre con nosotros, cuidándome. Lo permití porque sé que aquello daría tranquilidad tanto a mi marido como a ella, sin embargo, su compañía me perturba en momentos en que lo único que requiero es soledad y tranquilidad para lamer mis heridas y esperar a que cicatricen (o no). Por otra parte, no sé si existen dos personas más distintas que nosotras, lejos de que su compañía me regale paz, mi madre me pone nerviosa, nada es suficiente para ella y al tener rasgos narcisistas, siempre requiere reconocimiento, cosa que sé hacer muy bien porque tengo cincuenta años de experiencia, pero a estas alturas de mi vida, me siento cansada de bailar a su ritmo, así es que he decidido comenzar a poner límites y algo de distancia también, me doy cuenta de que es una mujer que me consume mucha energía.
En virtud de lo anterior estoy realizando muchos cambios en mi vida, cambios que, probablemente, solo yo percibo (o no). Son tan escasas las cosas que se pueden controlar y la toma de decisiones es fundamental para permitirse hacerlo e influir en el contexto de la propia vida para intentar redirigir el presente y en consecuencia, forjar un futuro mejor para una misma.
Dicho lo anterior, dispongo de tres semanas para mi y pretendo utilizarlas como se me venga en gana. |