En octubre pude ver las hojas de los árboles caer desde pocos metros de un oleaje manso que acariciaba mis pies descalzos, a mi alrededor la gente hablaba en voz alta enmudeciendo cada instante de ese día soleado y extrañamente irreal que quedó grabado en mi recuerdo.

Noviembre se llevó con sus lluvias todas aquellas hojas que permanecían sobre la arena, sustituyendo sin hacer ruido las conversaciones mantenidas y que ya no estaban por una furiosa marejada, salvajes olas que engullian esa misma arena que mis pies descalzos pisaron aquel día.
El frío que se introducía dentro de mis huesos era como el mal compañero que te recuerda que tarde o temprano todo desaparece dejando solo un inmenso vacío.

Diciembre aunque lejos, se intuía frío, oscuro, con sabor mortecino. Pero siempre cabía la posibilidad de que la suerte se aliara con uno y que por un segundo eterno y efímero una delgada capa blanca cubriera la fina arena y así conservar un poco más mi memoria.

Ahora todo parecía lejano e irreal, pero sabía que algo brotaría con fuerza, solo debía tener paciencia...



Brotar desde mi, hacía un lugar donde el frío no conozca su paradero, hacía un lugar que el ruido haga ruido y el silencio simplemente silencio…

Brotar desde mi… hasta que llene ese vacío eterno de un simple aleteo perdido.