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Inicio / Cuenteros Locales / Antonioliz / Mármol (E7)

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Después de subir a la segunda planta y recoger sus pertenencias, Daniel se dirigió hacia la parada del autobús. Esperó en silencio hasta que vio a lo lejos, un grupo de Amish acercándose por el camino. Se detuvieron frente a la oficina del doctor.
Una mujer joven, de piel blanca, con velo en la cabeza y un rostro sereno con algunas pecas miraba la oficina cerrada. Llevaba una falda hasta las rodillas, medias crema y zapatos negros. Iba con tres niños. Al ver a Daniel, le hizo una seña para que se acercara. Daniel camina sin prisa hacia ella.
—Hola, joven —dijo con una voz suave—. Soy Laura Bechinek. Ellos son mis hermanos. Debes de ser Daniel, si no me equivoco.
Daniel forzó una sonrisa y asintió.
—Sí, soy Daniel… pero no es verdad lo que dicen de mí en la carta.
Laura confusa.
—¿Qué carta?
Daniel notó que ella no sabía de qué hablaba. Se apresuró a cambiar de tema.
—El doctor no está. Su carro siempre está parqueado aquí… debió salir.
—¿No sabes cuándo regresa?. Exclama Laura.
—No estoy seguro, pero no debe tardar. Siempre vuelve pronto.
Laura mira la oficina, y luego gira la cabeza hacia la colina. Su expresión era de preocupación.
—Será mejor que regreses más tarde —dijo Daniel—. De seguro estará aquí pronto.
Ella no respondió. Se quedó mirando la puerta, distraída. Daniel curioso, no pudo evitar preguntarle:
—¿Estás bien? Te noto preocupada.
—A veces es bueno tomar aire fresco —respondió ella, sin dejar de mirar hacia la colina—. Ver cosas diferentes. Esta es una de esas oportunidades. La visita al doctor suele ser con mi padre o mi madre, pero hoy están ocupados con cosas importantes. Por primera vez estoy sola… y es algo bueno. No te preocupes si no lo entiendes.
Daniel la mira con sorpresa y admiración.
—Creo que sí lo entiendo. Quizás no quieras regresar tan pronto… y quieras quedarte un poco más en este momento.
Laura lo miró, sonrió con dulzura y dijo:
—Perdón, estaba equivocada. Entiendes perfectamente.
Laura y sus hermanos comienzan a caminar a casa, Daniel camina con ellos.Daniel bajó la vista, tímido. Luego se rascó la cabeza y dijo:
—Disculpa. No me presenté bien. Soy Daniel Crisco. Soy de la ciudad, pero estoy aquí de paso.
Laura asintió y sonrió.
—Ya lo sé. Eres el primer ciudadano en Marmol. Se hablará de ti para siempre, Daniel de Marmol.
Daniel sintió un calor en el pecho. Ese comentario le dio vida a un día que había sido difícil. Miró a Laura con renovada simpatía y preguntó:
—¿Te gusta leer?
Laura abrió la boca para responder, pero dudó un momento antes de decir:
—Sí. La verdad es muy importante para nosotros. Dice Laura.
— Las historias ayudan a salir de la rutina. te conectas con ellas.
Ella mira a Daniel con una conservada emoción.
—Cuando duermo y tengo la dicha de soñar con algo propio.Daniel sonrió.
—Eso es genial. Tienes razón… Es un mundo donde nadie puede mandar.
—Es una buena descripción. Tienes razón —dijo ella, pensativa.
Al acercarse a la casa de Daniel, él señaló hacia la entrada y comentó:
—Allí vivo. Tengo un libro… Tal vez no lo has leído . Se llama La Tierra de Diamantes.
Laura lo mira con atención.
—No te lleves. No tiene nada que ver con diamantes. Pero de seguro ya lo has leído. Daniel esta curioso.
—Todos los libros que me vas a mencionar… nunca los he leído —respondió Laura con sinceridad—. Nosotros acostumbramos a leer libros religiosos, que van con nuestra cultura. Incluso, no necesito leerlos… los tengo archivados en mi cabeza.
Daniel se quedó sin saber qué decir.
—Disculpa —agregó ella de inmediato—. No sabía. No fue mi intención sonar distante. Sé que ustedes tienen reglas distintas.
Ella mira su alrededor, y al ver el tanque de agua y la ropa sucia de Daniel, le dijo a sus hermanos:
—Chicos, vamos a ayudar a este hombre. Palermo está ocupado. Vamos a ver si tiene suficiente agua. Tal vez necesite lavar su ropa.
Caminaron hacia la casa. Al entrar, los niños miraban alrededor con asombro.
—Cuando era pequeña —dijo Laura—, yo aprovechaba cuando estaba vacío y jugaba por todos estos rincones. ¿Quieren?
Los chicos corrieron y comenzaron a reír. Laura miró a Daniel.
—Si quieres, me puedes enseñar tu libro.
Daniel sonríe y sube rápidamente, el baja con él libro entre las manos. Laura lo tomó con delicadeza, acaricia la portada y se sentó en uno de los bancos. Daniel se sentó a una distancia prudente, observando.
Los ruidos de los niños jugando en la planta de arriba no lograba distraerla. Leía como si cada palabra fuera un secreto revelado. Cada tanto sonreía, sorprendida, emocionada. Un mechón de cabello caía sobre su frente, y tras acomodarlo un par de veces, lo dejó colgando como si ya no le importara.Daniel la observaba fascinado, sin interrumpirla.
Pasó una hora. En un momento, Laura bajó el libro a su regazo, cerró los ojos y sonrió, como agradeciendo en silencio lo que acababa de leer. Luego, volvió a concentrarse. De pronto se tapó la boca, sorprendida por algo que leyó. Sus mejillas se encendieron. Miró hacia los lados, asegurándose de que nadie la viera, y luego volvió a mirar hacia arriba, donde sus hermanos seguían haciendo ruido.
Finalmente, dejó de leer. Bajó la mirada, y dijo en voz baja:
—Madre mía… es tarde. No me di cuenta.
Salió corriendo de la casa. Afuera, vio que el auto del doctor no había regresado. Se tapó la boca, nerviosa, al borde del llanto. Daniel la siguió.
—Tranquila. De seguro llegará más tarde.
—Ese no es el problema —dijo Laura—. No puedo ir y mentirles a mis padres diciendo que estuve todo este tiempo aquí.
Miró a sus hermanos, luego a Daniel.
—Además, ellos van a decir la verdad.
—Entonces… podrías decirles que estabas lavando mi ropa —sugirió él.
Laura lo miró con incredulidad.
—No soy mentirosa. Eso nunca lo he hecho. No soy parte de tu mundo. Ustedes están acostumbrados a eso.
Daniel se sintió herido. Iba a disculparse, pero ella lo detuvo con un gesto.
—Perdón. No fue mi intención. Ustedes no entienden nuestras costumbres.
—Lo siento —respondió Daniel—. No quise poner esas palabras en tu boca. Pero… estoy seguro de que ellos entenderán que te quedaste leyendo un libro.
Laura suspiró. Bajó la vista.
—Tengo prohibido leer libros que no sean de valor espiritual. No debí hacerlo… soy pecadora. He traicionado las costumbres de los míos.
Daniel no supo qué decir. Miró a los niños jugando, luego a ella.
—Disculpa, pero… yo vi en tus ojos cómo tu inocencia se transformó en belleza. No hubo maldad en eso. Fue hermoso. Imagino que tú también lo sentiste así.
Laura lo miró sorprendida. Su rostro se endureció. Llamó a sus hermanos. Caminaron hacia la colina sin decir palabra. Daniel los observó alejarse. Antes de cruzar la cima, Laura miró hacia atrás. Daniel levantó la mano en un gesto suave, pero ella giró la cabeza y desapareció colina abajo.

Texto agregado el 21-11-2025, y leído por 26 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-11-2025 Cada vez mejor!! No es fácil entender ciertas culturas yo diría que en esta época casi imposible. Saludos. ome
21-11-2025 Me gustó mucho. La trama me interesa y la prosa es directa. Esprero el próximo capítulo. eduar
21-11-2025 Me gustó mucho. La trama me interesa y la prosa es directa. Esprero el próximo capítulo. eduar
21-11-2025 Me gustó mucho. La trama me interesa y la prosa es directa. Esprero el próximo capítulo. eduar
 
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