Se había hecho tarde. En general era muy meticuloso con el tiempo pero esta vez se había demorado por esas pequeñas cosas que distraen cuando uno está trabajando pero también porque se había encontrado con pequeñas dificultades a la hora de dejar todo como lo había encontrado y organizar los “residuos de su labor”, como llamaba a aquello que iba destinado a la basura. Debía, además, dejar todo impecable para no tener problemas. Lo sabía y así lo hizo.
Ya era de noche y eso, de alguna manera, lo atemorizaba, pero estaba a apenas dos cuadras, un poco menos, de su casa. Cinco luminarias, la primera justo al salir. Cinco campos de sombra que escapaban de los conos de luz, el último justo frente a su puerta.
Recordó cuando la noche le resultaba luminosa, en su juventud, tiempos en los que las salidas terminaban con la madrugada y el desayuno, épocas en las que dormir era un lujo destinado a los días de semana, mientras que de viernes a lunes era un día casi constante.
Añoraba esas épocas no por las fiestas y los excesos, sino porque no había notado aún las sombras que se mueven en la oscuridad cuando lo envuelve.
Todo había comenzado casi simultáneamente con su hobby, al que definía como una necesidad vital, aquella que ahora lo demoró, algo así como un leve movimiento en la oscuridad que alcanzaba a apreciar sobre los límites de su campo visual pero que se dispersaba en la noche cuando intentaba mirarlo fijamente.
Con el paso del tiempo esos movimientos fueron cada vez más notorios. Los llamaba espectros, al menos en su imaginación, porque nunca habló de ellos.
Su presencia fue haciendo innegable con los meses y los años, al punto que ahora podía incluso ver cómo sus formas fantasmagóricas insinuaban espantosos rostros inhumanos a los que se negaba a mirar en los últimos tiempos.
Ahora debía enfrentarlos nuevamente. Cinco tramos de sombras.
Después de cambiarse las ropas y tirar el overol que había usado en sus labores (le resultaba más práctico comprar otro que lavarlo), abrió la puerta, sacó de a una las bolsas con los residuos y las dejó sobre la vereda, en la seguridad de que el recolector pasaría en minutos.
Apagó la última luz de la casa que estaba por dejar, impoluta, como siempre, y la primera luminaria contrajo sus pupilas. “Está bien”, pensó, “son menos de dos cuadras, sólo tengo que caminar sin mirar alrededor”.
Cerró la puerta y emprendió la marcha. A los pocos pasos entró en la primera sombra mirando al sueño para no distraerse y todo marchó sin problemas hasta llegar a la penumbra, donde una extraña ansiedad lo tomó. Sólo eran unos pasos y si bien pudo evitar ver las presencias espectrales concentrándose en las baldosas de la vereda sintió que estaban allí, como quien siente cuando alguien lo está mirando, esa percepción irracional que a veces se confirma con sólo girar la cabeza… pero no lo hizo, siguió mirando hacia adelante y abajo, apretando el paso, hasta llegar a la luz.
Se detuvo uno segundos. Llevó la mano al pecho y confirmó que su corazón se había acelerado. Inhaló profundamente y retomó la caminata, lenta… pausada, como esturando cada segundo iluminado mientras controlaba su respiración para obtener algo de calma. Miró alrededor. No se veía a nadie alrededor. De alguna manera eso lo tranquilizó y decidió abordar el segundo tramo sombrío.
Con el primer paso a oscuras sintió su presencia. Ya no era una mera sensación. Era un sentimiento agobiante que teñía las tinieblas con formas irreales en las que la oscuridad se percibía como un vacío inalienable, y sus pasos se hicieron pesados, y por más que quería acelerar el tranco la luz se sentía como inalcanzable a pesar de estar a pocos metros. Contuvo la respiración casi instintivamente y casi sin darse la claridad lo rodeó, y aun así su corazón retumbaba gravemente en el pecho.
Inhaló como quien sale de las profundidades del mar y toma una bocanada de aire con la desesperada mezcla de sensaciones nacida de la angustia de haberse sentido ahogar y el alivio de salir del agua aún sabiendo que el peligro no había terminado.
Respiró dos, tres, cinco veces como intentando volver a una calma que sabía frágil por lo que restaba. Había llegado a la esquina y tenía que cruzar la calle. A lo lejos, por la transversal, se podía percibir el centro de la ciudad y algún bullicio, propio de las primeras horas de la noche. Vio un auto acercarse, y lo dejó pasar. Esperaba que no le hubieran prestado atención. Cuando sus luces rojas se iban perdiendo bajó al asfalto y disfrutó la calma que le proporcionaba la luz que se extendía hasta la vereda opuesta.
Una nueva penumbra lo aguardaba. Se hizo de coraje y la abordó, pero poco duró el valor porque los espectros ya cruzaban por delante y aletargaban su andar. “Unos metros, nada más”, se decía, y sus pasos se fueron enredando en sus pies haciendo la caminata más lenta y latosa mientras veía ya indisimulablemente como las sombras fantasmales se movían a su alrededor y parecían faltarle el respeto. Casi podía oírlas susurrar cuando llegó al siguiente cono de luz.
Cuando se detuvo sus pulmones latían trayendo y llevando aire, y el ritmo del corazón llevaba a la sangre a convertirse en un sordo rumor trepidante en sus oídos. Esta vez se detuvo no para juntar coraje sino para recuperar cierta calma y compostura.
Se recostó contra una pared. Conocía a sus habitantes. Nunca le cayeron bien, casi como el resto de sus vecinos… pero estos más. No había una razón, simplemente era así. Recordarlo aportó a cierta normalidad en sus ritmos biológicos. Pensó: “si salen ahora seguramente me pedirán que no toque su pared”, e inmediatamente apoyó sus manos sudorosas en la pintura como una venganza dictada por el orgullo ante un reto que nunca ocurrió. Sonrió, y su respiración se normalizó, al igual que su corazón.
Caminó con normalidad hasta el borde de la sombra siguiente. Esta vez forzó su respiración para hiperoxigenarse y encontrar las fuerzas que le permitan superar lo más rápido posible la penúltima sombra.
Fue en vano. Ni bien quedó sumido en la oscuridad comenzó a sentir su presencia sobrenatural ya no solo como una sensación, como un movimiento de sombras a su alrededor, como un tenue y profundo rumor inaudible, sino también en la piel, como gélidos roces etéreos que erizaban sus vellos en los brazos y le congelaban la sangre hasta llegar al corazón, donde el incesante bombeo se tornaba cada vez más intenso y no llegaba a devolver la tibieza de la vida a sus fluidos mientras su respiración se convertía en un chirrido que exhalaba vapores invisibles, como llevándose el alma… pero aún así y con doloroso esfuerzo llegó al último cono de luz.
Cuando nuevamente se detuvo inclinó su cuerpo hacia adelante, casi exhausto por esos metros funestos que había logrado atravesar sin saber cómo y cuando todos sus signos vitales fueron recuperando lentamente la compostura miró hacia adelante para ver la puerta de su casa carcomida en la última sombra.
“Solo un esfuerzo más, sólo uno”, se repetía, pero no lograba juntar el ánimo necesario para dar esos pasos.
Tras unos segundos sintió que el alma le volvía al cuerpo y se dispuso a enfrentar esa adversidad que habitaba en la negrura de la noche.
Otra vez fue hasta el límite iluminado, la frontera entre el día artificial y la noche antinatural que buscaba envolverlo y devorarlo y decidió que era hora de poner fin al horror dando los pocos pasos que lo separaban de la seguridad del hogar.
Inhaló profundamente una, dos y cinco veces y entró a la oscuridad casi corriendo para llegar a su puerta mientras los espectros se agolpaban a su alrededor, mientras buscaba las llaves en su bolsillo.
Sin atreverse a abrir los ojos puso la llave en la cerradura para darse cuenta que no era la llave correcta, los nervios lo habían traicionado, el gélido rumor fantasmagórico lo sumía en un temblor mientras veía claramente como las sombras intentaban evitar que abriera la puerta.
Halló la llave correcta pero no entró… estaba intentando ponerla al revés mientras su respiración devolvía al aire un vaho impregnado de adrenalina y el rumor de los espectros se sentía como voces de ultratumba y su roce como arañazos de hielo seco cuando finalmente giró el bronce las dos medias vuelas que le permitieron dar el paso al interior.
Nunca supo por qué las sombras no ingresaban a su casa. Encendió la luz y se dio vuelta para cerrar la puerta cuando vio el rostro infernal de los espectros que a coro le decían “hay oscuridades más densas en los abismos del alma que en la ausencia de luz”.
Dio el portazo y trabó la cerradura.
“Nunca más” se dijo. Comprendió que debería buscar a alguien que viva más cerca de su casa la próxima vez que sintiera la necesidad vital de descuartizar a alguien… y miró por la ventana a la casa de en frente. Ver menos
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