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Inicio / Cuenteros Locales / Antonioliz / Mármol (E6)

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Daniel entró a la casa con muy enojado, por el letrero . Iba y venía por la planta baja como un animal enjaulado. Tambien Gerónimo había ventilado detalles de su vida que él prefería mantener enterrados. Se detuvo frente a la ventana. Vio el carro del doctor Barnes estacionado al lado de la oficina.
La puerta se abre. Martha aparece, cargando su gesto habitual: seco y sin paciencia.
—Buenas tardes, señora Martha —saludó Daniel, disimulando su rabia con cortesía—. Espero que su día haya sido agradable.
Martha lo miró con frialdad.
—Hablé con los Ferries. Te van a dar de comer Daniel. Solo por ahora. Luego, cuando cobres, les pagas lo que es justo.
—Eso no será necesario —respondió él, con un tono cortante—. Mañana me voy.
Martha lo mira con extrañeza. Notó lo brusco del comentario.
—¿Y a ti qué pájaro te picó hoy muchacho? Estás insoportable.
Daniel respiró hondo, intentando no contestar mal, pero Martha no le dio tiempo.
—Además —agregó ella—, según me dijo Gerónimo, tú eres quien se queda a cargo del pueblo mientras él no está. Mucha carga para un joven como tú, ¿no crees?
Daniel se quedó en silencio. No quiso dar pie a más discusión. Entonces Martha cambió de tono.
—Tienes todo el derecho de irte Daniel. Nadie te va a retener. Incluso, si quieres, hablo con Gerónimo. Seguro que entenderá… que saliste bien malagradecido.
Él levantó la mirada. Martha baja un poco la guardia.
—Lo que quiero decir, es que valoramos que estés aquí. Eres un buen muchacho. No como dice esa carta.
Daniel se molesta.
—Señora Martha… ¿acaso todo el pueblo leyó esa carta del padre Marcos?
Ella lo miró, curiosa.
—¿Por qué preguntas eso.?
—Porque todos hablan como si me conocieran de toda la vida. Y siempre terminan culpando a la carta. Incluso el doctor Barnes me lo dijo hace unos momentos.
Martha levanta las cejas con sorpresa.
—¿El doctor Barnes está aquí? ¡Qué bueno! Tengo que avisarle a Gerónimo, es una visita esperada.
Martha se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se volvió.
—Ah, se me olvidaba. Palermo te está esperando afuera Daniel. Dice que necesita tu ayuda.
El calor afuera era implacable. Daniel salió con paso lento. Vio a Palermo parado frente a la casa, con la mirada perdida en el cielo, como si esperara algo divino que no llegaba. Martha se le acercó, le dijo algo, y Palermo asintió en silencio. Luego, ella se marchó.
Cuando Daniel se acercó, Palermo habló sin mirarlo.
—La puta tiene agua.
—¿Qué dijiste? —preguntó Daniel, confundido.
—Que la puta tiene agua —repitió Palermo, ahora dándole apenas una mirada.
—No entiendo Palermo. ¿De qué hablas?
—Vamos. La puta del agua está por allá.
Palermo comenzó a caminar sin dar más explicaciones. Daniel lo siguió, todavía desorientado.
—¿A dónde vamos Palermo?
—¡La puta tiene aguaaaa! —gritándole a Daniel, como si fuera obvio.
Siguieron caminando hasta llegar a la cima de una colina. Desde allí se veía la zona en construcción.
—¿Entonces… ¿Hay una mujer de la vida que necesita agua? —preguntó Daniel, intentando descifrar la metáfora.
Palermo se detuvo de golpe y se volvió hacia él.
—¡La! ¡Puta! ¡Tiene! ¡Agua! —repitió, cada palabra como un martillazo—. Idiota enorme tu.
Daniel retrocedió un paso, incómodo por el tono. Pero decidió callar y seguirlo.En pocos minutos, llegaron a un pequeño bosque. Más adelante, el arroyo estaba cubierto de basura. El agua era espesa, inmóvil, con mal olor. A lo lejos, un río alimentaba ese arroyo, aunque alguien había excavado una zanja para desviar el flujo.
—Mira —dijo Palermo, señalando el arroyo—. La puta tiene agua.
Daniel observó la escena, ahora comprendiendo.
—Ya veo. Quieres que limpiemos esto para que el agua corra, la puta agua, ¿verdad?.
—Si. ¿Problema?
—No. Pero vamos a necesitar herramientas. Una pala mecánica, sacos, alguien que recoja la basura… Si logramos limpiar, el agua llegará hasta las casas. Hasta podrían agradecernos.
Daniel se animó y sonrió.
—Y a ti también, Palermo. Dirán que me ayudaste. Vamos a avisarle a Gerónimo, además…
Un chapoteo lo interrumpió. Cuando volteó, vio a Palermo dentro del agua sucia, sumergiéndose.
—¡Palermo! ¡Sal de ahí! ¡No es momento de jugar!.
Sube su cabeza de la superficie lentamente, apuntando hacia unas fundas negras al lado de un arbol, mientras el esta flotando entre los desperdicios.
—Una funda… culo tuyo —dijo con voz calmada.
—¿Estás diciendo que huele como yo…? —Daniel hizo una mueca, sin saber si reír o molestarse.
Palermo soltó una carcajada, pero al hacerlo tragó agua y comenzó a toser.
—Eso te pasa por burlón —le dijo Daniel, agarrando una funda.
Palermo no paró.
—¡Funda a la puta agua! ¡Tu madre aquí abajo! ¡Ábrela!
—Vamos a dejar los insultos Palermo —resopló Daniel, aguantando la paciencia—. Te abro la funda para que tires la basura, pero sin tus malditos comentarios.
Palermo empezó a lanzar desperdicios hacia la funda. Pero casi nada caía dentro: zapatos, comida podrida, ramas, barro… todo terminaba golpeando a Daniel, que apenas podía cubrirse. Entonces, una cabra muerta salió volando del agua y le cayó encima.
—¡Aaahhh! ¡Dios! —gritó Daniel, empujando el cadáver fuera de él.
Daniel se levantó, cubierto de basura y lodo. Palermo lo miraba, de una manera como si le hubiese advertido a Daniel
—Tu madre… aquí abajo —dijo, señalando la cabra.
Daniel entra furioso a su casa. Estaba cubierto de polvo y sudor, y murmuraba solo mientras caminaba por el pasillo.
—¡Estúpido Palermo! No se parece en nada a mí… Un día me las va a pagar —dijo entre dientes.
Salió al patio trasero, se quitó la camisa y el saco, y comenzó a limpiarse con el agua del pozo. A lo lejos escuchó el trote de un caballo. Al alzar la vista, vio al sheriff Polak acercarse montado. Daniel se irguió de inmediato.
Polak se detuvo a unos metros, sin bajarse del caballo, y dijo con tono seco:
—Ustedes dos… la pareja ideal. No sé cuál de los dos tiene más tornillos sueltos. Le prendieron fuego a todo lo que había en ese canal. Arreglaron una cosa y arruinaron otra.
—Fue Palermo quien lo incendió —respondió Daniel con la voz aún agitada—. Pero era lo correcto… Había demasiados animales muertos allí señor.
—Un día de estos, ustedes dos van a terminar flotando en ese canal. El fuego llama la atención muchacho. Y los indios… adoran el fuego. Están en alerta, y ustedes hacen que mi trabajo sea un desastre —dijo Polak sin mirarlo más, antes de dar la vuelta y alejarse.
Daniel bajó la cabeza, avergonzado. Murmuró:
—Indios… Te odio, Palermo. Ahora vendrán por mí.

Texto agregado el 17-11-2025, y leído por 8 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-11-2025 Sigue interesante.saludos. ome
 
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