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El Coche Sin Cochero
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(leyenda cordobesa)

Era en tiempos del Calicanto antiguo, cuando el exótico murallón colonial de piedra bola, exhibía su porte primitivo de rusticidad agreste entre cal serrana y cantos rodados del río Suquía, de donde devino su nombre original.

Era entonces Córdoba, una ciudad más pequeña que la actual, con su millón y medio de habitantes oprimidos hoy día por el vértigo moderno. El arroyo La Cañada lucía antaño esa muralla de piedra, dando cobijo a diversas leyendas. Estaba contorneado de casas en sus orillas sobre las que volcábanse cual ramilletes, floridos balcones enrejados que producían la delicia de los pintores. Puentecillos de medio arco unían esas dos orillas en esta ciudad universitaria cordobesa, amodorrada entonces con ensueños estudiantiles y fantasmas propios.

Las escalerillas del Calicanto bajaban hasta su lecho terroso, donde en tibias siestas otoñales los niños jugaban a la pelota a su regreso de la escuela. Y el sacristán de la iglesia del Carmen situada a su frente, descendía por ellas para alimentar con miguitas de pan unos patitos amarillos que nadando a toda prisa, deslizábanse de puente a puente aguas abajo. Mientras las mamás patas empollaban sus huevos, entre el murallón de piedra bola y los “churquis” de la orilla opuesta.

La ciudad crecía y se parapetaba alrededor de este paisaje bucólico, que sobrevivió en pleno centro ciudadano hasta la mitad del siglo XX, cuando iba a ser remodelado por la actual Cañada de bloques blancos tallados en cuadrados perfectos. El murallón colonial abría antaño un tajo de piedra rústica dividiendo en dos la ciudad de los universitarios. Cuando había más doctores y menos hombres-mecánicos, con sus mecanismos a cuestas.

En aquel tiempo circulaba el “Mateo de Sobremonte”, sin duda, el fantasma del coche versallesco del Marqués, su antiguo gobernador colonial.

Casi todos lo veían rondar en círculos la gran fuente, aquélla que un día decoró ese coqueto Paseo del Marqués de Sobremonte... y donde las juventudes románticas iban a remar. Una arboleda de plátanos con su tapiz dorado, cubríale en otoño el suelo enarenado de hojas amarillas, que al secarse crujían de noche bajo las ruedas del coche fantasma.

Elegante y hermoso con su toque borbónico, el Paseo del inolvidable Marqués -quien fue a finales del siglo XVIII su gobernador más progresista- erguíase altivo frente al Calicanto con todas sus finuras. Como contraste de dos distintas concepciones arquitectónicas (de lo rústico frente a lo rococó) juntos y asociados compartían mitos y leyendas. El “Coche sin Cochero” era hijo de ambos.

Para comienzos del siglo XX ya nadie recordaba el diseño de un carruaje del siglo XVIII, ornado de arabescos en oro sobre un fondo pálido. Y por referencia natural a lo conocido, a aquello que el citadino acostumbraba a ver diariamente, la vox populi lo transformó en “Mateo” o coche de plaza, tirado por caballos ...visto de lejos cuando aterraba.

En las casas señoriales que a un mismo tiempo estaban llenas de leyendas, el relato de esos mitos fantasmales rondaba por sus habitaciones, junto con la rueda del mate. Y cuando sus ocupantes sentían de madrugada el carro del lechero tirado caballos (que aún circulaba en pleno centro citadino al despuntar la aurora “para ordeñar la vaca antes de que el ternero se tome toda la crema” según dicho criollo)... las mujeres, las sirvientas y los niños creían con espanto, escuchar al Mateo Fantasma.

Pero el “Mateo de Sobremonte” no existía. Sólo era según especialistas en mentados fantasmas cordobeses, la materialización desde la cuarta dimensión hacia la nuestra, de una forma suspendida en el tiempo de aquel coche versallesco del querido Marqués de Sobremonte. Quien continuaba vigilando a su ciudad con la misma minucia y meticulosidad que él lo hiciera en sus tiempos de gobernador, cuando la levantó de la ruina lanzándola hacia el progreso. Córdoba habíase transformado al fin con el nuevo siglo, en lo que él deseara para ella. Y por eso el Marqués gustaba venir a visitarla, como un amante a su dama ...de noche y partiendo con las luces del alba.

Pero el “coche fantasma” blanco y versallesco (o negro mateo) no llevaba cochero. Era ésta su especial condición. ¡Cuidado con un coche cuyo caballo camine sin cochero! Continua advertencia : pues igual a la leyenda de Zupay (el diablo-criollo) vestido de gaucho rico con traje obscuro y luciendo en la cintura una rastra de plata y oro, altivo sobre su potro negro que sacude airoso su cola azabache (cuando Zupay presta a algún admirador desprevenido su bellísimo pingo negro, éste galopa sin parar hasta llevarse un cristiano al infierno) ...También aquí aquel pasajero que subiera distraído al “coche sin cochero”, por descuido, creyéndolo un simple mateo de alquiler, ya no podría bajar más de él ni nadie iba nunca a volver a verlo.

Sin duda, el susodicho pasearía ahora muy solemne y erecto por cielos encantados, libando con un Marqués, pero sin poder retornar ya más a su simple domicilio de burgués, obrero o bohemio. Quienes eran habitualmente los clientes que acudían de noche en busca de mateos. O quizás algún otro anhelante y con exceso de imaginación, subiríase a un mateo olvidado por el conductor, pero sin llegar a alcanzar dicho beneficio nobiliario, ya que el cochero apareciendo de improviso lo llevó de regreso a su casa.

De este modo acontecía que cuando algún Mateo por descuido del cochero, quien habíalo atado a la ligera, comenzaba a rodar sin rumbo (por aburrimiento del mismo caballo) sucedía lo imprevisto ...¡y entonces venía lo bueno!... Podía recorrer la ciudad entera que nadie (siendo de noche) ni la policía, ni tan siquiera un “cana”, se animaba a pararlo. Por suerte como el caballo siempre “tira para su querencia”, él solito paso a paso, volvía al fin a su redil.

Eso sí, en aquellos comienzos del siglo XX ¡Guay! (dicho en criollo, en buen romance y en el castellano del Cid Campeador) que alguien iba intentar en horas nocturnas sujetar o subir a un “coche sin cochero”.

Podía el pobre jamelgo atravesar la ciudad entera, que nadie lo detendría. Y el cochero a pie, también tendría que volver a su querencia, pensando que bebió “giniebra” más de la cuenta en el boliche, debido al frío invierno. De esta manera, ningún Mateo en las horas nocturnas, esperaba clientes en derredor del Paseo Sobremonte.

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Con mis primas solíamos regresar al atardecer siendo niñas bordeando la vera de La Cañada, en dirección a la casa de nuestra abuela, y pasábamos frente al Paseo Sobremonte. Ya no existía el antiguo Calicanto, pero aún se conservaban en el ambiente infantil, vívidas sus leyendas fantasmales. Siendo esa la hora indicada para dar comienzo a sus mitos, nos quedábamos agazapadas intentando verlo pasar. Yo, que entonces era la más pequeña, contenía muda mi aliento por miedo al coche fantasma.

Teníamos temor de dejarlo a nuestra espalda, como si en verdad pudiera perseguirnos, siendo que la leyenda refería que el “coche sin cochero” sólo rondaba en círculos a dicho Paseo. Los bultos que veíamos a esa hora eran simples transeúntes, abogados la mayor parte, pues allí habíase edificado el Palacio de Justicia ( a cuya construcción se atribuye en realidad, la desaparición del rodado fantasma) ...¡Y poco o nada tenían estos muy circunspectos doctores, de mágicos!

De pronto una de ellas palidecía, poniendo los brazos muy tensos y comenzaba a mover los labios en forma temblorosa, para luego decirnos con voz débil y entrecortada :

–“Lo veo ......se mueve”

¡Y salíamos corriendo en loca carrera!

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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 05-06-2003, y leído por 867 visitantes. (0 votos)


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