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Javier es un arquitecto (r) residente en un pequeño pueblo del lado atlántico de Costa Rica. Hoy se dedica a ayudar a una pequeña escuela del poblado a planificar una extensión del ala este del edificio para acomodar dos aulas adicionales. Lo hace ad honorem en virtud de que busca caer bien al alcalde y al jefe de la guardia rural, ya que con base en experiencias pasadas, eventualmente los podría necesitar.

Lo dejé de frecuentar hace algunos años porque de lo único que se podía hablar con él era de sus conquistas amorosas. Las contaba por decenas, perdón, por centenas. Sin pudor y poniéndoles nota y calificativos a cada una.

Tenemos amigos en común, por lo que de un modo u otro, siempre terminábamos compartiendo la velada con el fanfarrón.

Es curioso, pero fue de más a menos en todo el sentido de la palabra.

Nos conocimos en un colegio católico cuando cursaba la sexta preparatoria. Entonces, él era alto e inteligente. Un líder nato, lleno de carisma, como Peter Pan con su tropa, lo seguíamos en todo y a todos lados, nos dejábamos sermonear y acatábamos su juicio. Al terminar el año escolástico, los curas se negaron a renovar mi matrícula y con el pesar de mi alma debí despedirme de ellos. Nunca los olvidaría.

Seguí tropezando de colegio en colegio y cuando tenía cerca de diez y siete años mi madre me dio permiso de excusarme de la casa donde vacacionábamos y, en su lugar, pasarlas en una playa del norte.

Fue una experiencia fantástica, conocí chicas e hice muchos amigos, nos moríamos de hambre y tocábamos la guitarra hasta muy tarde.

En la playa había un chiringuito en el que durante las noches nos reuníamos para tocar guitarra, tomar pisco, conversar y comer algo. Una noche estaba cantando una canción y el cocinero saltó la barra gritando ¡Rucio, sabía que conocía esa voz!, nos abrazamos y nos pusimos al día con nuestras historias, hicimos un repaso de nuestros compañeros de clase y pasamos el resto del verano trabajando los dos en la cocina del quiosco.

Al año siguiente mi familia debió abandonar el país y la tarde del vuelo, en el terminal de Pudahuel, mientras nos despedíamos de novias, amigos y familiares, otra vez se escuchó el grito ¡Rucio!, busqué la fuente y ahí estaba Javier. Como de costumbre, nos dimos un gran abrazo y otra vez actualizamos las novedades. Esta vez le dije que nos íbamos a Costa Rica y para mi sorpresa él me dijo que el mes siguiente también viajaría al mismo país, que lo habían aceptado en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica. Estábamos felices y quedamos de encontrarnos.

Escribí una canción por ese gran cambio de vida y una estofa recitaba así:
Fuimos volando de Santiago a San José
Con sentimientos de esperanza y yo no sé
Lleno de caras lagrimosas Pudahuel
Santa María acariciando nuestros pies.

Así dábamos comienzo a una etapa de nuevos códigos de vida, paisajes exuberantes y gentes variopintas, muchas llegadas de países del cono sur, como corsarios hacinados en una isla de salvación.

En Costa Rica nos vimos esporádicamente ya que él estudiaba y yo debí viajar a Estados Unidos y no regresé en trece años.

Cuando lo hice, estaba hecho un hombre de experiencia y ambición, influenciado por la cultura de aquella tierra, volví exigente y con un alto sentido del honor y el deber.

Me estrellé de bruces con la idiosincrasia distendida e informal de Centro América. Javier era un petizo alcohólico de un metro sesenta, sufría de hipersexualidad, y se asemejaba más a un jefe de obras que a un arquitecto. Había reemplazado al líder y al soñador por el mediocre y el mujeriego.

Lo vi poco en los últimos años. Supe de él por comentarios que hacían algunos amigos comunes de la diáspora.

Si los momentos compartidos a través de la vida se viesen en una tela, los nuestros serían puntadas que afloran aquí y allá. Si la tela se midiese en tiempo, tendría añales de longitud. Si acaso me causó agrado, diría ¡claro que sí!

Texto agregado el 17-11-2025, y leído por 0 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-11-2025 Sucede,como simple casualidad o consonancia del destino, a veces la vida nos lleva por camino de encuentros, pasa el tiempo, cambiamos de sitio y, aun cuando hallamos tomado rumbos diferentes, de tanto en tanto nos reencontrmos. Trajistes a mi memoria algunas viviencias. Gracias Vent
 
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