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UN DIA A LA VEZ

Salí temprano a desayunar con mi hermana. No me di un baño. Tuve una noche pesada—alguien muy cerca se esforzaba en sentir que vivía, y eso me destronó de mi descanso. Me vestí como pude y arranqué el auto. Poca gente en las calles. Mi hermana esperaba.

Sonreí, pues sentí que alguien me vería y quizás me sentiría. Un auto de color rojo pasó delante de mí y con una mano me saludó. Quizás pensó que era un conocido, pues no le recordaba. Miré las placas, la marca del auto, y recordé que fue un empleado antiguo. Sonreí y supe lo simple que es sonreír. Sacó la mano como un parabrisas en movimiento y se fue por la derecha hacia algún lugar de la ciudad.

Seguí manejando. La ruta era hermosa: el asfalto negro, verde a sus costados, y nadie caminaba. Era tan hermoso cuando la gente aún no salía. Quizás unos harían ejercicios, corriendo o usando las mancuernas, o paseando a los perritos con su bolsa para recoger sus deposiciones. Las calles eran de color gris. Un puente enorme me esperaba como si fuera el arco del triunfo.

Seguí mi ruta y una moto me pasó como si se sintiera un ángel volando. Sonreí nuevamente. Un semáforo me esperaba—estaba en rojo. Me concentré y el rojo me miró directo hasta cambiar a verde. Usé la curva y entré por el carril paralelo a la pista en forma de U. Faltaba muy poco para llegar al café.

Encontré los mismos negocios que aún no abrían. Todo era hermoso, y luego vi una señora vestida de blanco. Me saludó. No sabía quién era. Vi su rostro y ella vio el mío. Sonrió ampliamente, pero no sabía quién era. ¿Pero importa saber quién es para sentir la belleza de la imagen? La estaba por pasar cuando vi que saludaba a alguien que no era yo. No importó. Por un instante lo sentí, y eso me dio el calor de la vida sin razones.

Ya cerca vi un camión cargando la basura. Hombres vestidos de naranja, con tapabocas y guantes, cargaban bultos de bolsas negras. El camión las tragaba, masticándolas hasta volverlas en una gota de la esencia del mundo. Pasé lento y vi los ojos del chofer—estaba agotado, pero fumaba y escuchaba una música fuerte. Recordé a los vecinos de mi casa y entendí que todos buscamos lo mismo.

Vi el café y detuve el auto. Busqué un espacio y despacio me estacioné. El dolor de cabeza latía en mi sien. Bajé y caminé hacia el café, y en ella vi el perfil de mi hermana. Como una filmadora empecé a absorberla, hasta que el brillo de sus ojos sonrió para mí. Me dio un beso en la mejilla y nos sentamos para hablar. No recuerdo lo que dijo, pero sí sentí el amor de verdad. Y supe lo simple que es ser feliz.

A nuestro lado, un hombre alto y grueso parecía dormir con un plato lleno de comida y una botella de gaseosa. Y supe que este ser había perdido algo—quizás su alma aún no le escuchaba. Quizás no respiraba, pero su cuerpo sí existía, como un corcel que trata de no dejar que su amo se caiga. Y no cayó. Sus ojos se abrieron y empezó a comer, mientras mi hermana le miraba con cuidado y hablaba de los demás. La escuchaba, y supe bien que era muy fácil sonreír.

Texto agregado el 17-11-2025, y leído por 0 visitantes. (0 votos)


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