VIDA INTERIOR Y AMOR EN LA SOLEDAD
El hombre pequeño de ojos achinados y cabeza sin un solo pelo se sentó sobre un sofá. Más de 50 años de experiencias del mundo interior habían tocado las puertas del umbral, y esta puerta se abría apenas cerraba los ojos.
Ya sus padres le miraban de manera extraña. Hubo veces en que iban a un restaurante toda la familia, y este hombrecillo, aún joven, se tapaba las orejas con sus manos y gustaba escuchar el sonido del océano. ¿Qué océano? ¿Qué océano puede caber en una cabeza? Pero esa vez cerró los ojos y se tapó las orejas con ambas manos y escuchó el sonido del mar, con sus gaviotas, sus olas y peñascos, sus olas que besaban el aire del cielo. Y poco a poco empezó a soltar sus manos, y cuando abrió los ojos, toda su familia le miraba con los ojos abiertos, como si recién hubiera llegado de otro mundo. Sonrió y escuchó las voces de sus hermanos y padres. Nadie podría entender que dentro de uno hay algo más.
Pasaron los años. Sus padres se fueron. Sus hermanos formaron mundos paralelos, hijos e hijas. Quedó solo. Solo consigo mismo. Y este océano se hizo su mundo. Y no era un océano—era un universo, donde puertas latían, seres brillaban, claros en medio de una oscuridad era el paisaje de su universo.
Y este hombrecillo de ojos pequeños y rostro dulce empezó a enfermarse. Un dolor en la sien no lo soltaba. Sentía que sus seres interiores lo vendrían a buscar, pero aún no llegaba el momento.
Aquel día en que la soledad y el silencio se volvieron su nueva familia tuvo una visión diferente. Se vio a sí mismo marchando en forma piramidal. Todos tenían su rostro, y ni uno tenía ojos—solo su cuerpo y su rostro blanco. Más allá vio una isla rodeada de inmensas olas y seres pequeños que se sumergían en la mar. Aves de color blanco bailaban sobre sus alrededores. Y luego una enorme piedra empezó a acercársele y se le puso frente a su atención.
"¿Quieres venir?"
No, respondió el hombrecillo.
"Está bien... puedes observar... ya hay un enorme mundo para ti..."
Está bien, respondió.
La piedra que era de color gris parecía conocerle muy bien. Se le acercó un poco más y le puso su rostro frente a su atención, y este vio que aquella piedra eran todas sus vidas.
Abrió los ojos y durante todo el día tuvo dolor de cabeza. Sintió que quizás era el momento de su partida, pero sentía que aún no lo deseaba. Había que hacer algo más. Miró su computadora y con el dolor de cabeza que le latía como un tambor, empezó a escribir y no paró, hasta que alguien en plena oscuridad se le acercó. Miró a su lado y era el amor encarnado. |