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Inicio / Cuenteros Locales / vaya_vaya_las_palabras / La casa del árbol

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 La casa de Niní quedaba bastante retirada, en un lugar a donde yo llegaba muy cansado y hambriento después de un viaje tan largo en pleno verano, pero Niní superaba mis expectativas al ser generosa y hospitalaria, ya que nos esperaba con jugos de fruta y con una bandeja llena de manjares. La casa de Niní no era solamente el linving y el jardín, ella nos ofrecía literalmente toda su casa, por eso podíamos entrar con total confianza a la cocina y a los dormitorios para dormir una siesta reparadora. Niní tampoco se ofendía si alguno de sus invitados agarraba un libro de su basta biblioteca, para leerlo en solitario. Y como si todo eso fuera poco, Niní había mandado construir recientemente una casa en el árbol, en lo alto de un roble centenario plantado en medio del jardín. A pesar de que Niní tenía un par de maravillas en su casa (como por ejemplo un televisor de 85", así como también una envidiable biblioteca y un piano de cola), nada se comparaba con la aventura de subirse a la casa del árbol, donde había toda clase de comodidades: un televisor, un sillón reclinable, una pequeña heladera con refrigerios, una cama de una plaza y una vista formidable.

El hecho de que Niní fuera una excelente anfitriona, no significaba que fuera una mujer de grandes confidencias. Por eso me sorprendió el día en que me dijo que la casa del árbol la había mandado construir por una promesa. Yo no le conocía novios o familiares a Niní, pero resultó que ella había tenido una hermana melliza, la cual había fallecido en su adolescencia, después de una larga y penosa enfermedad. La casa del árbol había sido construida en su honor, ya que, según Niní, ese había sido el deseo de su hermana.

El único requisito para ser recibido por Niní, era estar un poco empapado de arte. Niní no solamente era amiga de poetas, escritores, pintores, músicos, escultores, actores, y un largo etc. sino que también lo era de editores, periodistas y locutores. Esta gente acudía con ilusión a su casa, porque si Niní se entusiasmaba con algo, podía convertirse en una extraordinaria mecenas. Entre tantos que la frecuentaban, estaba Héctor, un poeta fracasado que estaba convencido de lo contrario. A mí me daba pena Héctor aunque respetaba su perseverancia. Él aseguraba que sus versos no habían fracasado, sino que nunca habían sido comprendidos.

Entre tantos otros, estaban Sandra la pintora y Augusto el escritor best seller. Cuando yo no tenía compromisos de conciertos o ensayos, también iba a la casa de Niní, sobre todo en verano. Me gustaba escaparme de la ciudad para pasar dos o tres días en ese retiro semi rural donde vivía Niní. Me hacía bien cambiar el ruido de los autos por los maullidos de los gatos y el susurro del viento. A cambio de tantos favores, yo me sentaba al piano y le cantaba a Niní y a sus invitados mis mejores canciones.

Además de descansar, en la casa de Niní también se trabajaba mucho. La tranquilidad y el silencio que reinaban era ideal para escribir, componer, bocetar, sin ser interrumpido. Cuando Niní veía a alguien trabajando, podía retirarse a su estudio o se ponía a leer en un sillón de la galería. Para no molestar a nadie con mi música, yo usaba el piano con sordina mientras componía, sobre todo cuando veía a Héctor especialmente concentrado en algún verso que se le resistía. A diferencia del resto, cuyo trabajo fluía en medio del silencio, Héctor luchaba con su lapicera y su libreta. A mí me daba pena, porque Héctor era un hombre amable y joven todavía, más o menos de la edad de Niní.

Los amaneceres en la casa de Niní eran muy agradables, por eso todos nos levantábamos temprano, incluso Héctor, que ya andaba con su libreta en la mano. A veces desayunábamos todos juntos y a veces por separado. A Sandra le gustaban esas primeras horas, las cuales aprovechaba para trabajar en alguno de sus bocetos. Héctor generalmente desaparecía. Niní después nos contaba que a Héctor le gustaba llevar su libreta a la casa del árbol, donde se podía estar mejor que en el resto de la casa. Niní solía quedarse leyendo en la galería, aunque también miraba de vez en cuando hacia la casa del árbol.

Yo estaba trabajando en un disco nuevo, cuya tercera canción era una balada que se me había atascado entre el cuarto y quinto acorde. No había caso, por más que le dedicara toda la mañana, la canción no avanzaba. Se lo conté a Niní, para que supiera que los compositores también sufríamos de contratiempos y bloqueos. Niní me dijo que me quedara tranquilo, porque seguramente la balada se iba a componer ella sola, solamente si yo tenia paciencia.

Al mediodía, la sirvienta de Niní nos llamaba a almorzar y enseguida todos nos reuníamos en el comedor. Menos Héctor, que llegaba un poco tarde, cuando la comida se estaba enfriando. Yo me daba cuenta de que le había ido mal con sus versos porque traía el entrecejo adusto. Por eso nadie le quería preguntar nada, salvo Niní, que le aseguraba que en la casa del árbol iba a encontrar la inspiración que necesitaba. Entonces Héctor se la quedaba mirando a Niní por un momento.

En la casa de Niní, los invitados tenían una absoluta libertad de movimiento. Después de almorzar, algunos preferían ir a dormir una pequeña siesta, en cambio otros optaban por seguir trabajando. En mi caso, si ese día me había levantado muy temprano, me iba a dormir un par de horas la siesta, comprobando lo bien que se descansaba en la casa de Niní. Cuando me despertaba y salía al jardín, encontraba a Sandra dibujando sus bocetos y a Niní leyendo. Héctor casi nunca estaba con ellas, él tenía la costumbre de subir a la casa del árbol para seguir luchando con su libreta. Yo le deseaba mucha suerte para mis adentros.

Por las tardes, yo seguía trabajando en mi balada. Por un lado estaba tranquilo, porque la letra de la balada ya estaba escrita, lo único que le faltaba era la mayoría de los acordes. Cuando Niní pasaba por al lado del piano en dirección a su estudio, me preguntaba cómo marchaba mi trabajo, entonces yo le decía que seguía un poco atascado, pero Niní aseguraba que creía en el talento y en la constancia. Ningún amigo mío, ni siquiera mi productor tenía una actitud tan positiva como Niní, quien creía ciegamente en los artistas.

Como a toda hora, las tardes en la casa de Niní eran apacibles. Salvo aquella tarde en la que Héctor bajó corriendo de la casa del árbol gritando "eureka, eureka". Nunca lo habíamos visto tan contento. Con una gran sonrisa en los labios, nos dijo que no solamente había encontrado el "tema", sino que también había encontrado las palabras adecuadas para desarrollarlo. Y que gracias a todo eso, había dado a luz unos versos que calificó de inolvidables. Entonces Héctor abrió su libreta y empezó a leernos sus versos recién escritos en la casa del árbol. Al escucharlos, Sandra y yo nos quedamos sorprendidos, por la belleza y musicalidad que tenían. La única que no estaba tan sorprendida era Niní, aunque también sonreía.

Esa noche, después de cenar, vi a Héctor sentado en los escalones de la galería. En lugar de tener su libreta en la mano, sostenía una gran copa de vino. Sus ojos estaban un poco vidriosos y fijos en la casa del árbol, cuyas luces ya estaban apagadas. Entonces Héctor me dijo "a esta hora no me animo a subir ahí". Yo lo quedé mirando y después le pregunté "¿por qué?". Pero Héctor no me respondió, aunque siguió con la vista clavada en el mismo lugar. 

Héctor dormía en la misma habitación que yo. Y a diferencia de otras noches, esa vez durmió tranquilo y sin roncar. Al día siguiente, encontré que Héctor ya no estaba en su cama. Niní me dijo que se había marchado a primera hora porque tenía que hacer unos trámites en la Capital. En la casa de Niní, los invitados no nos conocíamos demasiado entre nosotros. Por ejemplo, de Héctor yo sabía únicamente que era amigo de Niní desde tiempos muy pasados, tiempos que se remontaban a la primera juventud de ambos. También sabía que además de poeta, Héctor había trabajado como despachante de aduana. Por eso, para mí fue una sorpresa que Niní me contara un par de cosas más acerca de Héctor, como por ejemplo que había sido novio de su hermana muerta, y que el noviazgo había durado tres maravillosos años. Después de la muerte de la novia, Héctor había tratado de seguir adelante, y aunque tuvo otras parejas, jamás pudo recomponer su vida sentimental. Por eso Niní lo cobijaba en su casa y le tenía tanta paciencia.

Esa mañana, después de desayunar junto a Niní y Sandra, aprovechando que Héctor se había marchado, me subí a la aventura de la casa del árbol. Me llevé una novela para leer porque quería olvidarme un poco de mi balada. Con el correr de los años había aprendido a no forzar las cosas, a darles su tiempo, porque a veces las ideas venían solas. En cualquier rincón de la casa de Niní se estaba a salvo de aquel sofocante verano, pero en la casa del árbol se estaba mucho mejor. Por las ventanas ingresaba una brisa refrescante que bajaba la temperatura del ambiente. Con razón a Héctor le gustaba tanto subirse ahí.

Héctor regresó por la tarde y me encontró de nuevo trabajando en mi balada. Él estaba de buen humor, me dio unas palmaditas en la espalda y después de merendar algo, agarró su libreta para subirse a la casa del árbol. Pero antes de subir me dijo que había encontrado otro "tema" para su nuevo poema, y lo que era más importante, también había encontrado la manera de desarrollarlo. Yo, por dentro, lo llamaba el loco del árbol, aunque jamás le conté sobre eso a Sandra o a Niní. Mientras la tarde poco a poco se iba poniendo oscura, yo seguía estancado en mi balada. A esa hora todo era silencio en la casa de Niní, hasta que de nuevo Héctor bajó de la casa del árbol exclamando "eureka". Héctor me pidió permiso para recitarme algunos versos, los cuales eran muy originales y hermosos. Sandra también los escuchó asombrada. Niní estaba visiblemente contenta.

Sonriendo, le dije a Héctor que los roles se habían invertido, porque ahora me tocaba a mí no encontrar los acordes de la balada, mientras que a él le brotaban los versos por todos lados. Héctor dijo modestamente que no sabía cómo le había llegado la inspiración, pero que ahí estaba el resultado en forma de versos. Con respecto a eso, Niní dijo que no estaba tan asombrada, ya que siempre le había tenido fe a Héctor y a su perseverancia. Cuando terminó de hablar, Niní y Héctor se dieron vuelta y miraron hacia la casa del árbol.

Al anochecer, yo no tenía ganas de irme a dormir temprano. Vi que Héctor se había sentado otra vez en los escalones de la galería. Cuando me acerqué a él, me di cuenta de que tenía la misma copa de vino en la mano. Sus ojos estaban vidriosos como la noche anterior, y como clavados en la casa del árbol. "A esta hora no me animo a subir ahí ", me dijo de nuevo Héctor. Yo lo quedé mirando y entonces le pregunté "¿por qué?". Él solamente me dijo "se llamaba Carla, y tenía unos ojos interminables". Eso me hizo acordar de los versos de Neruda, aunque no entendí lo que Héctor me quiso decir. La confusión de sus palabras se debía a los efectos del alcohol, pensaba yo. Entonces Héctor señaló la casa del árbol y repitió "ella se llamaba Carla, sabés". Después de decir eso me miró con un gesto que no entendí.

Esperé a que Héctor se fuera a dormir para hablar con Niní, porque de alguna manera me había quedado preocupado. Cuando Niní escuchó todo lo que yo tenía para decirle sobre Héctor, agachó un poco la mirada y me dijo que así se había llamado su hermana, Carla, y que le parecía verdaderamente extraño ese comportamiento de Héctor, el de beberse una gran copa de vino antes de irse a dormir. A mí también me pareció extraño, porque Héctor no acostumbraba a estar así, con los ojos vidriosos en la casa de Niní.

A la mañana siguiente, yo tenía planeado regresar a la Capital. Cuando me desperté temprano encontré a Sandra, a Niní y a Augusto (quien había llegado de improvisto) desayunando, les dije que me volvía a mi casa por unos cuántos días pero que después regresaría. Por la manera en que me miró, supuse que Niní sospechó de mis razones para regresar a mi casa, las cuales seguramente estaban relacionadas con mi balada. El viaje de regreso era tan largo que llegué a la Capital al mediodía. Y ni bien pude, me puse a trabajar en la balada, sin ningún resultado a la vista. Nunca me había estancado tanto con una composición. Entonces lo llamé a mi productor pero él estaba más bloqueado que yo. Creo que en el fondo me dolió no haber podido avanzar nada en la casa de Niní, porque siempre había regresado de ahí con buenas ideas.

En la Capital, yo sufría el calor agobiante, pero de repente se desató una feroz tormenta de verano, la cual derribó árboles, postes de alumbrado y provocó cortes de energía eléctrica. Fue un verdadero desastre. Me quedé en mi casa hasta que todo volvió más o menos a la normalidad, después regresé a la casa de Niní, donde me enteré de que un relámpago había destrozado el roble centenario y también la casa del árbol. Por suerte habían sido solo daños materiales porque Niní y sus invitados se encontraban a salvo, aunque Niní sufría por el valor sentimental que tenían esas cosas. A pesar de verla visiblemente consternada, Niní continuaba siendo la maravillosa anfitriona de siempre. El que sí se veía verdaderamente afectado era Héctor, quien ya no podría subirse más a la casa del árbol.

Toda esa tarde me la pasé al piano, trabajando en mi balada. En la galería estaba Augusto escribiendo su última novela mientras que Sandra ya se había vuelto a su casa. Héctor también estaba en la galería, sentado en los escalones que bajaban al jardín, tenía un gesto de preocupación en la cara y en la mano su libreta de siempre. Parecía mirar hacia donde antes había estado la casa del árbol. Si bien mi balada me estaba dando mucho trabajo, tuve tiempo de sentir pena por Héctor. Le di un par de palmaditas en la espalda y me senté a su lado. Desde ahí se podía ver la enorme mancha de sol que caía donde antes había estado el roble centenario. Cuando nos vió sentados, Niní vino a acompañarnos. Con el tono de voz un tanto melancólico me preguntó cómo marchaba mi balada. Yo le dije que estaba en el mismo lugar de siempre, a lo que Niní miró hacia atrás en dirección al piano, y me dijo que seguramente todo se iba a solucionar esa misma noche. Yo la quedé mirando sin comprender mientras Héctor decía que sí en voz baja.

Esa noche, yo tenía ganas de seguir trabajando aún después de haber cenado. Niní, antes de irse a dormir, me rodeó con sus brazos y me deseó mucha suerte con la balada. Hector me deseó lo mismo pero me dio dos o tres palmaditas en la espalda. A esa hora estaba todo en silencio, hasta los gatos de Niní dormían. Entonces me pareció escuchar unos ruidos en la galería, como si alguien fuera y viniera con pasos inquietos. Abrí la puerta para ver quién era pero la galería estaba vacía. La noche había refrescado y soplaba una suave brisa. Entonces comprendí que había sido un día demasiado largo y que era mejor irme a descansar.

Cuando abrí la puerta de mi habitación, lo vi a Héctor con el velador prendido y con su libreta en la mano. Yo me acosté en la otra cama y abrí más la ventana para que entrara un poco más de aire. Entonces escuché que la puerta de la galería se abría, con una nitidez increíble oí que la puerta se abría y que alguien comenzaba a caminar sobre el parquet de la sala. Acostado, me quedé atento a lo que iba a suceder después, imaginándome cosas. Al igual que Héctor, todavía tenía mi velador encendido. Entonces, como si leyera mis pensamientos, Héctor me dijo que los ruidos en la sala no eran de Niní, más bien eran de la otra, quien ya no tenía la casa del árbol para descansar en paz, por eso ahora entraba a la sala para jugar con las partituras del piano con una limpieza que me dio miedo, porque no solamente eran los acordes de mi balada los que se escuchaban en la oscuridad, sino también los acordes que yo no había escrito todavía, esos hermosos acordes que eran la continuación de mi balada.

Texto agregado el 15-11-2025, y leído por 28 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-11-2025 Imagino que el paraíso cultural creado por Niní fue gracias a una herencia./Intuí desde el inicio que Carla se había transformado en la musa que los inspiraba (y al final les daría miedo)./No sé por qué me desagradó Héctor, quizá por el nulo talento que requería de la colaboración completa de Carla. Gatocteles
 
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