La madrasta.

Desde el día que los vi traspasar el umbral de la que, hasta ese instante, era mi casa, supe que jamás volvería a ser lo mismo para mí.
Los recién casados querían estar solos y mi presencia molestaba, por tal motivo, mi padre y su nueva esposa me enviaron a mi habitación donde debía permanecer hasta que ellos me llamaran.
Aquello no sólo era humillante, era el principio de lo que sería mi vida de ahí en más.
Mi madre había fallecido tan solo unos meses antes y su lugar ya había sido ocupado por otra mujer.
Si sólo hubiera tenido unos años más todo hubiera sido diferente, pero a los quince años, todavía era una niña para todos y lo que yo pensara o sintiera les tenía sin cuidado.
Esa noche no salí de mi habitación, me sumergí en mis pensamientos y me dormí hasta la mañana siguiente en que bajé a la cocina a desayunar.
Por supuesto que mi padre ya no haría el desayuno, por lo menos para mí como solía hacerlo, pero no me importó, sabía prepararlo, lo que no contaba era que ahora ese sería mi trabajo, pero no sólo para mí, cuando escuché la voz de mi madrasta diciéndome que preparara el desayuno, que ahora serían tres, ahí lo supe, sería la sirvienta de ellos.
Luego de preparado el desayuno ellos también bajaron a la cocina, aquella mujer quería que la llamara mamá, pero eso no lo podría hacer por más que me esforzara, nadie iba a ocupar el lugar de mi madre, eso se lo hice saber a pesar de la mirada de mi padre.
Olga mi madrasta me dijo que, desde ese momento, aunque a mí no me gustara ella sería mi madre y que tendría que obedecerla o de lo contrario mi lugar ya no estaría en la casa que de pronto ya no era mía.
Aquello parecía un mal sueño, me vestí y sin que me vieran, fui al liceo, de alguna manera tenía que salir de esa casa donde ya no pertenecía.
El cambio que había sufrido mi padre, antes bondadoso y amoroso conmigo fue lo peor, siempre fui la luz de sus ojos, pero desde que aquella mujer apareciera en nuestras vidas, todo había cambiado.
Al medio día al volver a la casa pensando en el almuerzo, la realidad era otra, Olga ni había lavado las tazas del desayuno y mientras ellos almorzaban comida comprada, yo tendría que prepararme algo si es que quería almorzar.
Mi angustia por los acontecimientos era tal que ni hambre sentía. Me encerré en mi cuarto lloré como nunca y no volví a salir de allí hasta la noche.
Nadie quiso saber qué me pasaba y mi desesperación fue tal que sin querer volví a quedarme dormida.
Al día siguiente al despertarme, mi madre me traía el desayuno a la cama como siempre y me preguntaba el motivo por el cual había dormido tanto.
De a poco me fui dando cuenta de que aquello no había sido más que un mal sueño, mi padre volvía a ser el padre amoroso que me llevaría al liceo en el auto y mi madre, al volver tendría pronto el almuerzo, todo estaba bien en mi casa hasta que mi madre me dijo que por la tarde vendría la nueva empleada, que se llamaba Olga, que la recibiera y le indicara los quehaceres de la casa porque ella tendría que ir a trabajar, que confiaba en mi con el pedido que me hacía ya que era lo bastante grande como para poder hacerlo.
Al oír el nombre de la nueva doméstica, no pude dejar de estremecerme, Olga, igual que mi madrasta en el sueño, pero a la tarde, cuando sonó el timbre y abrí la puerta, aquella mujer la de mis sueños, me sonreía con aquella sonrisa malvada que jamás olvidaré mientras me decía que pronto seríamos grandes amigas.
El sueño había vuelto y ya jamás se volvería a ir.

Omenia
4/11/2025