La sombra
Desde hacía unas semanas, la niña no dormía. Decía que en su habitación había alguien, pero no podía describirlo.
—No es una persona —explicaba con voz temblorosa—. Es una sombra.
Sus padres intentaban tranquilizarla.
—Las sombras no hacen daño, cariño. Solo son trozos de oscuridad —le decía su madre.
El padre sonreía, pero en sus ojos ya se notaba el cansancio.
Cada noche, la niña despertaba gritando. Siempre la misma frase:
—¡Está más cerca!
Probaron con lámparas encendidas, música suave, incluso con dejarle la puerta abierta. Nada funcionaba. La niña seguía mirando el mismo rincón, junto al armario, donde la sombra parecía crecer.
Una madrugada, el padre entró furioso al oír los gritos.
—¡Basta ya! —exclamó encendiendo la luz.
Pero la bombilla parpadeó y se apagó al instante.
En la penumbra, algo se movió.
El padre sintió un frío imposible, un roce en la espalda. Al mirar hacia el rincón, vio dos ojos brillando dentro de la sombra.
La madre corrió hacia la niña, la tomó en brazos y trató de huir, pero el suelo estaba cubierto por una oscuridad que se deslizaba como un líquido espeso.
—No nos ve… —susurró la niña—. Nos huele.
El padre cayó primero, tragado por aquella negrura que trepaba por sus piernas. La madre apenas alcanzó a llegar al pasillo antes de que la sombra la envolviera también.
A la mañana siguiente, los vecinos encontraron la casa vacía.
Todo estaba en su sitio, excepto por algo extraño en la pared del dormitorio infantil: tres siluetas negras, nítidas, como si la luz las hubiera quemado allí para siempre.
Y, en medio, una sombra pequeña, que parecía sonreír.
Jmmpedrós |