Amor platónico
Admiro tu talento como se ha de admirar la grandeza de los mares,
y te lo diría en una canción con mi voz.
Admiro tu belleza como al lucerito
que se ha posado sobre la laguna encantada de mi ser,
esa laguna que está en tranquilidad gracias a su soledad,
y te lo diría en una canción con mi voz.
Admiro tu buen corazón,
y te lo diría en una canción con acordeón.
Admiro tu fortaleza,
y deseo que ya no haya más tristeza;
te lo diría en una canción con acordeón.
Te diré mi amor con voz y acordeón,
en un vallenato —y que sea un trato—:
tú me das un beso y yo, mi buen querer.
Todo esto será en mi imaginación,
pues eres mi amor platónico;
yo te dedico, pero tú no debes escuchar ni ver,
pues tú sabes: los amores platónicos son así.
Cómo decirte que me pareces un rico panecillo de mantequilla y miel,
cómo decirte que tus logros te vuelven mi reina,
y que mi amor, en silencio, está,
pero se escucha en mis sueños de los jueves y sábados.
Yo no a nadie le he hablado de mi corazón ilusionado,
por si tú piensas en mí, del uno al diez,
al menos un tres.
Quisiera que seas mi sol que me da calor,
quisiera que seas mi brisa marina que calma,
quisiera que seas la noche de luna llena que me vuelve un animal feroz,
quisiera que seas la voz que me endulza el oído,
quisiera que seas mi fiambre después de un buen ayuno.
Mi reina, mi virgen, mi lucerito, mi sol, mi luna,
te digo todo esto en letras que quizá no leas;
pues así será mi amor,
en silencio, porque es un amor platónico.
No es un amor crónico,
pero sí nace de mi admiración y de mi corazón.
Te deseo lo mejor.
Te lo diré en una canción que cantaré muy pronto,
y aunque tú no la escucharás,
yo sabré que es para ti.
Porque tú sabes…
así son los amores platónicos. |