El vampiro psíquico
Don Ernesto llevaba tanto tiempo solo que hasta el reloj parecía haberse detenido. Los días eran idénticos: amanecía en silencio, comía en silencio, dormía en silencio. Nadie lo llamaba, nadie lo visitaba. Su familia lo había olvidado hacía años.
Pero en las últimas semanas, algo había cambiado. El viejo empezó a sentir un hambre distinta. No en el estómago, sino en el alma. Una necesidad urgente, voraz, que solo se calmaba cuando alguien le hablaba.
La primera vez fue con la enfermera del centro de salud. Ella se inclinó para ayudarlo a levantarse, y Don Ernesto le tomó la mano.
—Qué manos tan cálidas —susurró.
La enfermera se estremeció. De pronto se sintió débil, con la vista nublada. Él, en cambio, sonreía, rejuvenecido, los ojos más vivos que en décadas.
Desde entonces empezó a salir cada tarde, buscando conversación. Bastaban unos minutos para alimentarse: una palabra amable, un saludo, una mirada. Nadie entendía por qué, después de hablar con él, se marchaban agotados, pálidos, como si les hubieran robado algo invisible.
Las vecinas murmuraban. Decían que el viejo estaba “chupando la vida” del barrio. Que las plantas se marchitaban frente a su ventana. Que los gatos no se acercaban a su puerta.
Una noche, una de sus hijas —la única que aún recordaba su existencia— fue a visitarlo. Lo encontró sentado frente al espejo, murmurando nombres.
—Padre, ¿Qué haces? —preguntó.
Don Ernesto se volvió despacio. Su rostro estaba terso, casi joven, pero sus ojos… eran pozos negros, sin reflejo alguno.
—Esperaba que vinieras —dijo con una sonrisa que no era humana—. Hace tanto que no pruebo sangre de familia.
Al amanecer, los vecinos oyeron un grito y luego silencio. Cuando la policía entró al piso, encontraron dos cuerpos: uno seco, consumido, la piel como papel; el otro, un anciano dormido, con las mejillas rosadas y una sonrisa tranquila.
Desde entonces, nadie volvió a ver a Don Ernesto. Pero por las noches, si alguien pasa junto al parque donde solía sentarse, puede sentirlo aún: una presencia que observa, que respira cerca, esperando un alma que tenga ganas de hablar. |