En el mundo de los medios de comunicación, se venden más suscripciones con noticias sobre el Ebola, las variantes del SARS, Viruela del mono y otras misteriosas tragedias de salud. Cuanto más terroríficas, mas venta.
Pocos medios invierten su valioso tiempo en tocar el tema de la pandemia universal: algo está destruyendo el sueño reparador de la humanidad y lo está haciendo a zancadas. Personas mayores, adultas sanas, jóvenes y no pocos niños navegan las veinticuatro horas del día con muy poco sueño reparador.
La población joven lo toma a broma: una lata de bebida energizante en la mañana y casi no lo sienten. Los adultos de edad mediana ya resienten su falta de sueño reparador y la combaten con estrategias comerciales la mayoría de las veces. Las personas de avanzada edad cargan sobre ellas incontables noches de mal sueño y no encuentran solución verdadera; ellas la pasan muy mal.
La medicina y sus zopiclonas, clonazepanes, valiums, amitriptilinas y similares hace lo que puede: el dinero ayuda pero de modo alguno soluciona, lo mismo ocurre con los médicos.
La tradición aconseja: Valeriana, Tilo, Manzanilla, Cedrón, un trago de Brandy, un baño caliente, rutinas e higiene de sueño, inciensos de Lavanda. Pero los tatarabuelos no sabían que aparecería la TV, la Internet, el streaming, las caídas manipuladas de la bolsa, las hipotecas, el tren de Aragua, la vecina del lado y los teléfonos inteligentes.
No son pocos los que desesperados acuden al THC, al CBD, derivados del Opio, alcohol destilado, sexo semi atlético y hasta solitarias manipulaciones frenéticas. Aquí se aplica lo del remedio peor que la enfermedad, pero al menos tratan.
Posiblemente, todo lo anterior sea consecuencia de un proceso complejo de naturaleza neuro fisiológico: la especie humana apenas lleva menos de dos siglos devorando ingentes volúmenes de energía eléctrica: iluminación por la noche, música e imágenes a voluntad, noticias recientes y omnipresentes campos electromagnéticos de naturaleza artificial tienen su efecto y negarlo resulta necio.
El humano natural se acostaba a poco de hacerse la oscuridad nocturna, despertaba a media noche, hacía diversos quehaceres y volvía a dormir hasta antes del amanecer; no tenía opción. Tampoco tenía necesidad de inductores de sueño; no era del todo feliz, pero dormía, soñaba y se relajaba. Así tuvo tiempo y condiciones para evolucionar y desarrollar tecnología.
No deberá extrañar que en realidad la naturaleza esté haciendo su trabajo: permitió al humano desarrollarse de modo exponencial, lo dejó alcanzar la asombrosa cantidad de individuos que hoy consumen los recursos terráqueos y le hizo soñar con colonizar galaxias lejanas; hecho esto, esa naturaleza, habiendo hecho evaluaciones de rigor, resolvió dar vuelta en U. En unos cuantos años, enloquecidos por la falta de sueño de calidad y la acumulación de tóxicos en su sistema, el humano hará lo que ya intuimos: atacar a sus vecinos hasta acabar con ellos o ser anulado por ellos. De todos modos, volver a las cavernas permitirá reponer incontables horas de sueño para una especie mareada con su propio éxito, pero destinada a seguir las mismas normas de autorregulación natural que todas las especies respetan.