Calista era una niña con unos ojos grande y curiosos del color de las hojas en primavera y tenía una melena que parecía hecha de los rayos de sol. Le encantaba pasar las tardes jugando en el jardín de su abuela, un lugar hermoso lleno de flores de muchos colores, árboles antiguos y con el alegre canto de los pájaros.
Pero últimamente, el jardín estaba cambiando mucho. Las flores parecían menos brillantes, los pájaros cantaban con menos fuerza y un olor extraño flotaba en el aire. Calista, un día, mientras perseguía a una mariposa azul, se encontró con algo que no debería estar allí: una botella de plástico vacía tirada junto al rosal favorito de su abuela.
—¡Abuela, mira! —gritó Calista, recogiendo la botella—. ¿De dónde ha salido esto?
La abuela, una mujer muy sabia con una sonrisa tan cálida como el pan recién hecho, suspiró.
—A veces, la gente se olvida de que las cosas que ya no quiere tienen un lugar al que ir, cariño. Esto no es basura, es un residuo. Y los residuos, si no los tratamos bien, se pierden y entristecen a la Tierra.
—¿Se pierden? —preguntó, confundida Calista.
—Sí —dijo la abuela, guiñando un ojo—. Se van al «Reino de los Residuos Olvidados». ¿Quieres que te cuente su secreto?
Calista, con entusiasmo aceptó de mediato, y así comenzó la historia.
La abuela explicó que el Reino de los Residuos Olvidados no era un lugar malo, sino un sitio confundido y triste porque nadie sabía cómo ayudar a sus habitantes. Allí, todo estaba revuelto: latas de refresco jugaban al escondite con papeles de colores, cáscaras de plátano abrazaban a juguetes rotos y todo era un gran lío.
—Pero hay una manera de ayudar —dijo la abuela—. En el centro del reino se alzan Las Tres Torres Mágicas. Cada una espera a un tipo de habitante para darles una nueva vida.
La Torre Azul: Alta y resistente, hecha de cristal. En ella viven felices las botellas de vidrio, los tarros de mermelada y los frascos. ¡Desde sus ventanas brillantes ven el mundo con claridad y pronto se convertirán en nuevos tarros y botellas!
La Torre Amarilla: Brillante y ligera, hecha de metal. Es el hogar de las latas de refresco, las latas de leche y los periódicos viejos. Allí dentro, bailan y se aplastan hasta formar grandes bloques que viajarán para convertirse en nuevos cuadernos o juguetes.
El Castillo Verde: Fuerte y orgulloso, hecho de plástico. Aquí descansan las botellas de agua, las bolsas y los envases de yogurt. Se limpian y se ordenan, esperando su viaje para renacer como una silla o incluso otra botella.
—Y luego están los Restos Orgánicos —continuó la abuela—. Las cáscaras de fruta, los restos de la comida… ellos no van a una torre, ¡van al «Ejército de los Superadores»! Se entierran en la tierra y, con su magia, se convierten en un alimento súper poderoso para las plantas llamado «composta». ¡Son el abono que hace crecer las flores más bonitas!
Calista entendió todo. El jardín de su abuela estaba triste porque los residuos se estaban perdiendo en el reino equivocado, sin poder llegar a sus torres mágicas.
—¡Tenemos que ayudarlos! —exclamó Calista.
Esa misma tarde, con la ayuda de su abuela, Calista se convirtió en una Guardiana del Reciclaje. Con tres cubos de colores (azul, amarillo y verde) y una especial para los restos de comida, comenzó su misión.
Cada vez que encontraba un residuo en el jardín, lo miraba a los ojos fijamente y decía:
—¡No te preocupes, amigo! Yo sé a qué torre perteneces.
La botella de plástico fue al cubo verde. El periódico viejo, al amarillo. El tarro de mermelada, al azul. Y las cáscaras de la manzana que se comió de merienda, directas al Ejército de los depreda dores en la tierra.
Pasaron las semanas. Calista fue incansable, y poco a poco, el Reino de los Residuos Olvidados en el jardín de su abuela comenzó a desaparecer.
Una mañana, Calista se despertó con un aroma dulce que entraba por su ventana. Corrió al jardín y no podía creer lo que veía. Las rosas estaban más rojas que nunca, los girasoles se elevaban como pequeños soles y los pájaros cantaban una canción nueva y alegre. El jardín estaba más vivo y feliz que nunca.
La mariposa azul que una vez persiguió voló y se posó suavemente en su hombro, como diciendo «gracias».
La abuela, sentada en su mecedora, sonrió.
—Mira, Calista. Cuando tratamos con cariño a las cosas y les damos la oportunidad de empezar de nuevo, toda la Tierra nos lo agradece. Eres una Guardiana excelente.
Calista se sintió llena de orgullo y alegría. Había aprendido que no existe la «basura», solo materiales que están esperando una nueva oportunidad.
Y desde entonces, Calista no solo cuida el jardín de su abuela, sino que comparte el secreto de las Tres Torres Mágicas con todos sus amigos, para que juntos puedan proteger el planeta, un pequeño residuo a la vez.
FIN
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